MAITE URIBE BILBAO, directora general de la Institución Teresiana |
La elección del nuevo obispo de Roma, Su Santidad Francisco, no ha dejado indiferente a nadie. Tanto en el seno de la Iglesia como en el resto del mundo, un viento de esperanza parece abrir este nuevo pontificado tan cargado de primicias.
Su primera aparición en público, nada más ser elegido el pasado día 13 de marzo, habla de un hombre creyente que se sitúa como fiel servidor y que, sabiéndose parte de la gran comunidad eclesial, pide la oración para poder bendecir a todos, habiendo él recibido la bendición de Dios. Gesto que remite a quien es el único Pastor de la Iglesia, Jesucristo, que la guía por medio de su Espíritu.
Sus primeros encuentros muestran a un hombre con gran capacidad de comunicación, pero, sobre todo, reflejan su talante humilde y sencillo, esperanzado y alegre. Estas credenciales, con claro sabor evangélico, resuenan muy bien entre nuestros contemporáneos. En la escuela de Cristo, estas actitudes se entretejen de lucidez y de amor recibido y ofrecido. Se nutren de una profunda experiencia de Dios y de la escucha atenta y humilde de la realidad, donde Dios hace sentir su Palabra y su presencia sanadora y liberadora.
Estas credenciales, con claro sabor evangélico,
resuenan muy bien entre nuestros contemporáneos.
En la escuela de Cristo, estas actitudes se entretejen
de lucidez y de amor recibido y ofrecido.
Sus primeras palabras invitan a la Iglesia a recorrer, en corresponsabilidad, el camino como testigo fiel del Resucitado: un camino de comunión y de fraternidad, de amor y de confianza entre los cristianos; también con la humanidad, necesitada de recrear vínculos de unión y solidaridad.
El papa Francisco se presenta como pastor de una Iglesia que se nutre de la oración, del amor recibido de Dios y que se dispone uno y otro día a la acción del Espíritu en ella, que mantiene fija su mirada en Cristo, el que inicia y consuma la fe.
El nuevo Papa ofrece un mensaje de misericordia y perdón, de amor y ternura, y se ofrece para con otros, hombres y mujeres de buena voluntad, cambiar el mundo, cuidar la creación, cuidar también a los más débiles y cuidarnos mutuamente.
Recuerda que el verdadero poder es el servicio, “humilde, concreto, rico de fe”, especialmente a los más pobres, los más débiles, los pequeños. Sueña con una Iglesia pobre y para los pobres, que se hace visible entre los últimos y que colabora con otros en la erradicación de la pobreza, la injusticia y la desigualdad en el mundo.
En poco más de un mes, la Iglesia católica ha vivido un giro del Espíritu en su interior. Un papa ha renunciado consciente de haber llegado al límite de sus fuerzas y otro ha llegado desde horizontes geográficos y teológicos nuevos, para muchos incluso desconocidos.
Ante realidades de aparente desierto de fe, irrumpe una nueva apuesta por una incidencia evangelizadora desde la bondad, la belleza y la sencillez. Desde el cuidado de los vínculos de fraternidad y una profunda experiencia de Dios.
Sin embargo, la empresa es enorme. Nos entusiasma que un rostro nuevo de la Iglesia, más inclusivo, dialogante, comunional, austero, profético, haya empezado a vislumbrarse.
En el nº 2.841 de Vida Nueva.