SEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona
“Hay un desafío que proviene de las culturas urbanas y que se ha extendido a los ambientes rurales…”.
Es habitual calificar de religioso o de laico el ambiente que nos rodea. Solemos ser superficiales, cuando no muchas veces injustos. Nos cuesta entrar en el fondo del entramado cultural de nuestras ciudades y pueblos, tan llenos de tradiciones que expresan la profundidad de sus convicciones religiosas, aunque se manifieste con muy diversos rostros y lenguajes. Me cuesta aceptar que prejuzguemos aquello que no conocemos utilizando un rasero que no se adecua a la realidad. Hay mucho más de cristiano de lo que aparece y valoramos.
Siguiendo el Vaticano II y lo que el papa Francisco recoge en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, podemos descubrir un pueblo con muchos rostros, con el denominador común de un Evangelio que se ha hecho cultura y la ha llenado de raíces cristianas, ofreciendo una experiencia de Iglesia que se ha encarnado hasta convertirse en tradición viva. “Cada pueblo, en su devenir histórico, desarrolla su propia cultura con legítima autonomía” (EG 115) y “cuando una comunidad acoge el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza transformadora del Evangelio” (EG 116).
Hay un desafío que proviene de las culturas urbanas y que se ha extendido a los ambientes rurales debido sobre todo a los medios de comunicación. Este desafío nos está pidiendo una respuesta que tiene que ser fruto de un nuevo planteamiento evangelizador en nuestros pueblos y ciudades.
Constatando que las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para conectar e integrar, el papa Francisco nos dice que “la proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de la vida humana en esos contextos, porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en abundancia (cf. Jn 10, 10)” (EG 75).
En el nº 2.910 de Vida Nueva
