CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
El presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Ricardo Blázquez, en el discurso de apertura de la última Plenaria, señalaba de una forma tan clara como procedente la responsabilidad que a unos y a otros corresponde respecto a la participación en la vida pública, en la gestión política, en el gobierno del bien común.
No suele ser una valoración positiva la que se hace de los políticos, de los que se ha elegido como diputados para formar el Congreso o el Gobierno. Hay una opinión generalizada, y un tanto negativa y frívola. No es justo ni procedente pensar de esta manera. Primero, porque no corresponde a la verdad; y, segundo, porque se olvida la necesidad. Un pueblo no puede prescindir de aquellos a los que se ha elegido para que cuiden del bien común. Y tampoco sería lógico buscar esas personas, poner sobre sus hombros el difícil y necesario trabajo de procurar el bienestar de las personas y el buen funcionamiento de las instituciones, y después caer en la indiferencia, la desconsideración y la falta de apoyo a quienes se ha buscado para que sean nuestros dirigentes. Lo cual no dejaría de ser una incoherencia y una irresponsabilidad.
Pero mire usted por donde, y por esas especiales circunstancias por las que estamos pasando desde hace unos meses, se quiera o no, la vida política y todo lo que a ella se refiere, está en la primera página de la actualidad y, aunque haya motivos para la decepción, ha crecido el interés por los temas relacionados con la vida pública. Así lo constataba un baremo de opinión, que ponía en los primeros puestos a “los políticos en general, los partidos y la política”.
Tengo mis serias dudas acerca de lo verosímil de aquello de que no hay mal que por bien no venga respecto a efectos positivos que puede tener esta crisis política. Por una razón o por otra, estamos hablando de algo que nos interesa y responsabiliza a todos.
También vendría muy bien el hacer una seria reflexión acerca de las responsabilidades e intenciones de quienes voluntariamente participan en la vida pública, que no debe ser tanto la de conseguir votos para el propio partido, sino buscar sinceramente el bien de toda la comunidad. No estará de más recordar la famosa idea de aquel hombre de Estado: lo verdaderamente importante no es la inmediata votación, sino la próxima generación.
En el nº 2.987 de Vida Nueva