Ratzinger, Bergoglio y Martini, tríada del cambio

Benedicto XVI con el cardenal Martini mayo 2005
Benedicto XVI con el cardenal Martini mayo 2005

Benedicto XVI y el cardenal Martini, en 2005

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Cada vez resuena con más fuerza; incluso ahora corre un texto, con fuentes fidedignas, que iba a ser publicado en marzo. Desde el corazón de los Palacios Apostólicos se aconsejó “prudencia y tiempo. No olvidemos que aún vive el papa emérito”, dijo una alta instancia vaticana al leer los folios, escritos en italiano, español y alemán. Y lo que vienen a decir es que el cardenal Bergoglio era el candidato de Ratzinger en el último cónclave.

El arzobispo de Buenos Aires, antes de salir del aeropuerto Ezeiza, echó en la maleta un par de zapatos nuevos, cosa que nunca hacía. Las sandalias del pescador iban preparadas. La sucesión apostólica no se construye bobaliconamente.

Lo comentábamos recientemente unos amigos. Francisco consulta, mucho y a muchos, pero su principal consejero es su vecino, el papa Ratzinger. Y circulan ya por ahí varios documentos fiables que temen ser publicados.

En el fondo de las galeradas del libro al que aludimos, se cuenta la última entrevista del cardenal Martini con Benedicto XVI. El exarzobispo de Milán, nombrado por Juan Pablo II responsable de la diócesis más grande del mundo, quiso despedirse del papa. Su enfermedad avanzaba rauda. Era marzo de 2012 y el Vaticano vivía momentos convulsos.

La reforma de la Iglesia y su urgencia latían en aquel fraternal diálogo. El propio Martini lo dijo en agosto, antes de su muerte. Poco después, en febrero, Ratzinger le contestaba con la renuncia. Decía no tener fuerzas, “ni físicas ni espirituales”, para llevar a cabo esa reforma.

Martini fue el “gran elector” de Bergoglio.
Con su voz profética, supo callar lo insignificante,
pero supo gritar, desde la debilidad de su cuerpo,
la necesidad de una reforma a fondo.

La vieja amistad volvió en los últimos momentos. Martini fue uno de los pocos consultados y advertidos sobre la renuncia. Serenidad, oración y recuerdos. Y apareció el nombre de Bergoglio, el hombre en quien Martini había puesto su confianza en el cónclave de 2005, aquel en el que solo podía ser elegido Ratzinger. La retirada de los dos cardenales jesuitas facilitó la elección del amigo y colaborador de Wojtyla. No podía ser otro.

Ahora, los folios que corren por muchos despachos vaticanos hablan alto y claro: Martini fue el “gran elector” de Bergoglio. Como el Cid, ganó la batalla desde la tumba. La renovación de la Iglesia, que Ratzinger simbolizó eligiendo el nombre del santo de Nursia, iba ahora a llevarse a cabo con otro nombre, el santo de Asís. Todo corrió con la musitada voz con la que suelen correr en la Iglesia estas cosas.

No hay por qué alarmarse. También en esas cosas anda el Espíritu Santo de por medio. Pasarán unos años y conoceremos esos detalles. Martini, con su voz profética, supo callar lo insignificante, pero supo gritar, desde la debilidad de su cuerpo, la necesidad de una reforma a fondo. Recordaba el impacto que le produjo la Introducción al Cristianismo, de Ratzinger. A este le impresionaba –y así se lo dijo– su testimonio de estudio y oración en su retiro de Jerusalén.

Tres hombres para una nueva era. La Iglesia siempre reformándose.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.875 de Vida Nueva

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