(Camilo Maccise– Mexicano, expresidente de la Unión de Superiores Generales)
“En un mundo globalizado y en una Iglesia con conflictos, tensiones y desencantos, la fuerza de Cristo resucitado nos ayuda a liberarnos de las cargas energéticas negativas del egoísmo, del desaliento y de la división; reaviva en nosotros la confianza en el triunfo de la vida sobre la muerte”
Cada 21 de marzo, coincidiendo con el equinoccio de primavera, la zona arqueológica mexicana de Teotihuacán y otras ciudades precortesianas del país reciben a miles de visitantes que tienen una sola meta en común: recargarse de energía solar y alejar de su vida las malas “vibras” o cargas energéticas negativas. Justo a mediodía, alzan sus brazos al cielo para recibir esos impulsos positivos. Algunos de los participantes en ese rito recogen incluso arena del monumento prehispánico para llevársela a casa y colocarla debajo de una pequeña pirámide para conservar la energía comunicada.
Se trata de una creencia que, si bien no tiene sustento científico, impera en muchos sectores de la población.
Por estas mismas fechas, los cristianos celebramos la resurrección de Cristo, “sol que nace de lo alto”, fundamento de nuestra propia resurrección y promesa de vida eterna.
La Pascua debería ser para nosotros un momento para recargarnos del dinamismo de la esperanza que nos compromete en la transformación del mundo en la línea del proyecto de Dios.
En un mundo globalizado y en una Iglesia con conflictos, tensiones y desencantos, la fuerza de Cristo resucitado nos ayuda a liberarnos de las cargas energéticas negativas del egoísmo, del desaliento y de la división; reaviva en nosotros la confianza en el triunfo de la vida sobre la muerte y nos ayuda a descubrir, en medio de las adversidades, los sufrimientos y las crisis eclesiales y sociales, las semillas de vida y de resurrección. Eso reafirma nuestra esperanza activa, nos da paz, alegría y serenidad. A lo largo del año, el domingo, Pascua semanal, renueva la experiencia del Resucitado presente en nuestra conflictiva realidad y nos hace enfrentarla con la “parresía” que él nos comunica.
En el nº 2.655 de Vida Nueva.