JOSÉ LUIS CORZO, profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid | Como enseña el pasado, del futuro ni pío. Nos pasamos la vida trabajando para el día de mañana y de repente ¡zas! todo cambia. Los pesimistas deberían pensarlo atentamente: por negro que esté el presente, el futuro puede salir hermoso. Esto regocijará a las cigarras, pero tampoco iría mal a las hormigas aprender de “los cuervos, que ni siembran, ni cosechan, ni tienen bodega ni granero”.
Y es que el futuro sorprende hasta a sus autores; como el Concilio, al propio Juan XXIII que lo fundó. Cambiar la Iglesia de Pío XII era impensable, pero del Concilio salió nueva, hecha un sacramento.
El futuro no es nuestro y, si por carretera avanzamos gracias a los faros delanteros, para recorrer el tiempo no nos sirven, son opacos; el ideal es una luz de lo alto sobre el presente, sin inquietarnos por el mañana. Con el futuro no hay quien pueda: a pesar de nuestros renglones torcidos, el Padre mantiene su salvación.
Lo admirable del Papa Roncalli no fue su cálculo del futuro, sino su largo presente, su diario de cada día. Él se creía el Evangelio y lo aplicaba sin más: eso producía remolinos imparables. Se presentó al mundo como “José, vuestro hermano, ahora Papa…” y eso removió el ecumenismo, la colegialidad de los obispos y el papado. Propuso a todos paz en la tierra y hasta recibió en su casa al yerno de Jruschov. ¿Cabeza de la Iglesia?, ya lo es Cristo y, como a sus vicarios, él tuvo a los encarcelados, enfermos y pobres.
Fruto del Concilio fue el olor a Evangelio que esparció por el mundo entero. Preferimos balances y contar fortalezas y debilidades (ahora de moda), pero la Gracia no se mide así.
Como los cuervos con su alimento, sin construir granero, aún podemos recibir el Vaticano II, que ¡menudo futuro construyen los que quisieran desmontarlo!
En el nº 2.785 de Vida Nueva.