Reivindicación de Juan Pablo II

(Eduardo Cierco– Pozuelo, Madrid) En su nº 2.666, Vida Nueva publica una carta de Antonio Pelegrín que relaciona el aborto con la pena de muerte, pena que “la Iglesia aún no se ha decidido a condenar sin paliativos”. Es cierto que una condena “sin paliativos”, es decir, oficial y solemne, aún falta: lo mínimo sería una encíclica, ya que el Vaticano II no se ocupó del tema. Pero Juan Pablo II sí la condenó varias veces: así, el 18-12-1998, Karol Wojtyla recibió las cartas credenciales de Svetizan Dimitrov Raev, embajador de Bulgaria: “Me alegro de la reciente decisión de los dirigentes de vuestro país de abolir la pena de muerte, pues la vida de cada hombre, incluso la de un pecador o un criminal, es de un valor inconmensurable, y los casos de absoluta necesidad de suprimir a un culpable son ahora prácticamente inexistentes” (ABC, 19-12-1998). 

Sólo falta una encíclica que copie esas mismas palabras. Podría aprovecharse la oportunidad de que recientemente Togo, país en vías de desarrollo, ha tenido la audacia de progresar hasta la abolición de la pena más antigua que se conoce. En otros tiempos, se asesinaba legalmente por todo. Jesús, en cambio, sí abolió la pena de muerte, con la que luego él mismo sería sacrificado como un esclavo o un salteador de caminos. Cuando menos, en el caso de la adúltera, quien conforme al Jehová y al Moisés del Levítico, debería haber sido apedreada. “-¿Nadie te ha condenado mujer? -Nadie, Señor. -Pues yo tampoco te condeno. Vete y no peques más”.

El no pecar más ya es cosa del ser humano, no de la ley.  Mejoraría si la última frase quedara así…: “los casos de absoluta necesidad de aplicar la pena de muerte ya no existen hoy en día”.

En el nº 2.669 de Vida Nueva.

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