JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | La Permanente del Episcopado ha hecho público el documento sobre La Iglesia particular y la vida consagrada. Luz verde a un texto muy debatido en la Plenaria de primavera, en donde hubo suaves tirones de orejas y vibrantes intervenciones en defensa de los religiosos frente a un pequeño sector demasiado empeñado en “poner firmes a los frailes y a las monjas” y llevarlos a los cenobios apocalíticos.
- IGLESIA EN ESPAÑA: ‘Iglesia particular y vida consagrada’, por el camino de la comunión
Hubo también un sano ejercicio de colegialidad episcopal, con caritativas amonestaciones. “No se puede despreciar así a la Vida Religiosa. Un respeto, por favor, hermano. No sea usted cruel con ellos”, dijo un obispo tras la intervención de otro que se empeñaba en una política depuradora de frailes y monjas.
Hacía tan solo unos días que un religioso había sido elegido obispo de Roma y el fresco aire llegaba a Madrid. No deja de ser significativo. En aquella asamblea se pudieron escuchar voces proféticas con voz, pero sin voto. Triunfó la colegialidad.
Y todo a raíz de cierto malestar latente en la Iglesia española de un tiempo a esta parte: el deterioro de las relaciones entre religiosos y obispos en algunos ámbitos de la vida pastoral (colegios, conventos, hospitales, centros teológicos, publicaciones, etc.), si bien es verdad que a veces la anécdota, elevada a categoría, hace ver un problema en donde solo hay desajuste. Había que abordar el tema. En Roma se quedaban extrañados de lo que en España estaba pasando. Y se ha hecho con mesura y tiempo.
“No se puede trabajar en la trinchera, sino en la frontera.
Han de desaparecer las suspicacias
de los religiosos con los obispos
y, por otra parte, cierta crítica sistemática del Episcopado.
Más comunión, menos fragmentación”.
Ha habido esfuerzo por ambas partes para el entendimiento. Este documento es fruto de esa preocupación. Es verdad que hay expresiones poco afortunadas en el documento, pero son términos acuñados en textos canónicos, debidamente citados y que desde ahí hay que entenderlos. Por ejemplo, cuando se dice que los religiosos “están sujetos a la potestad del obispo debiéndole piadosa sumisión y respeto”. ¡Así lo dice el Derecho! No desviemos la atención.
Lo relevante del documento es el gran deseo de “un impulso renovado” en las relaciones de cara a la misión evangelizadora. Sumar y multiplicar. No restar y dividir. Y para ello se especifican los cauces operativos, que, leídos con serenidad, adquieren un gran valor y que son la actualización de los que ya se realizaron en 1981 y que se fueron olvidando.
No hay que ser derrotistas. Este documento ha sido el fruto de un fecundo diálogo, no solo entre los obispos, sino también entre religiosos, en el que prima el sentido común, se desechan visiones apocalípticas de la Vida Religiosa y se profundiza en la colaboración mutua. Este esfuerzo de comunión es loable.
El documento ahora publicado pone sobre la mesa un material de trabajo que puede concretarse en las diócesis y congregaciones. No se puede trabajar en la trinchera, sino en la frontera. Han de desaparecer las suspicacias de los religiosos con los obispos y, por otra parte, cierta crítica sistemática del Episcopado. Más comunión, menos fragmentación.
director.vidanueva@ppc-editorial.com
En el nº 2.857 de Vida Nueva.
LEA TAMBIÉN:
- A RAS DE SUELO: Se nos fue Fernández Pombo, por Juan Rubio