Retos para un curso complejo

Retos para un curso complejo

Carmen Guaita. Maestra y escritora CARMEN GUAITA | Maestra y escritora

Septiembre trae consigo un aluvión de retos. Si la educación fuera una diana dibujada con círculos concéntricos, podríamos contemplarlos de una manera gráfica. En el borde exterior encontraríamos la política educativa. Para definir la complejidad de la educación en España, basta decir que una ley estatal en desarrollo no se aplica en todos los territorios. La LOMCE no está bien hecha: no ha establecido un consenso sobre la mejora del sistema educativo, ni ha satisfecho las demandas ni ha abordado las soluciones a los problemas.

El curso comienza con una sociedad dividida por la intervención política, con problemas para la movilidad del alumnado, con los centros desbordados ante la complejidad de las nuevas demandas y escépticos sobre su continuidad, y las familias sujetas a los vaivenes editoriales. Los retos de la política educativa son el pacto sobre los requisitos mínimos para la mejora de la educación y el compromiso de mantener la estabilidad. Así, al menos, la generación que este curso inaugura su vida escolar podría decir que ha conocido una sola ley educativa: la buena.

En el siguiente círculo se desarrolla el reto de la familia. Se trata de la implicación en la educación de los hijos, con la escala de valores bien establecida y la constancia necesaria para no tirar la toalla. Por supuesto, la familia no puede cumplir este reto sola. Necesita el apoyo de una distribución más racional de los horarios laborales y de unos medios de comunicación y unos mensajes que colaboren en positivo con ella. Necesita modelos éticos, tiempo y espacio, así que su reto no es únicamente personal, sino social también.

En el tercer círculo, ya cerca del interior de la diana, nos encontramos al centro educativo. El reto en este caso es ético e inapelable. Un centro debe ser la unidad educativa por excelencia; su claustro, un referente personal y profesional; su equipo directivo, un catalizador de ideas. La respuesta a este reto colectivo, por su naturaleza ética, está en todos los profesionales que lo constituyen.

Existe un círculo que se refiere a la enseñanza religiosa. A mi juicio, supone un error haber elegido a la Ética como alternativa de la Religión. En primer lugar porque supone ignorar el origen cristiano de la ética occidental, que bebe más de las Bienaventuranzas que de Aristóteles; después, porque separa al alumno católico del conocimiento de este origen, que debería apoyarlo en su inevitable confrontación con el mundo. Me preocupa también la situación del profesorado de Religión en la enseñanza pública, porque las actuales condiciones laborales dificultan el sentimiento de pertenencia a un claustro concreto, del cual está llamado a ser dinamizador y referente moral.

En el centro de la diana habitan los pequeños que abren cada mañana la puerta de mi clase; y habito yo, que soy –el concepto lo explica todo– su maestra. Mantener a cada niño concreto en el corazón de ese camino que es el proceso educativo constituye el gran reto de este curso y de siempre.

En el nº 2.954 de Vida Nueva

Compartir