JOSÉ MARÍA ARNAIZ, SM
“Superaremos el síndrome del desconcierto que a ratos se experimenta en la cotidiana acción evangelizadora…”.
Ese era el título de portada de la revista Vida Nueva Cono Sur, justamente el día en que se lanzaba su primer número en Buenos Aires. Ese era, también, el parecer de algunos participantes en el Sínodo para la nueva evangelización. Ese fue el motivo por el que se organizó el Congreso de Teología Latinoamericana en Unisinos (Brasil). En ambos encuentros se describió esa otra Iglesia. No siempre había coincidencia en los rasgos. Pero, con un poco de buena voluntad, se llega a la complementariedad.
En el año que ha transcurrido, en varios países latinoamericanos se han tenido datos numéricos sobre la significativa disminución de los integrantes de la Iglesia católica. Se puede decir que caminamos a ser pronto solo la mitad de la población del continente. Situados en esa perspectiva, alguno se ha lanzado a escribir: “Tomamos rumbo hacia otra Iglesia o, si no, llegaremos a ninguna Iglesia”. Duro. Eso no es lo que se respira en el continente, pero no conviene olvidarlo. Hay indiferencia religiosa y hay “asalto” de las sectas, la “doble tenaza” que nos aprieta. Menos mal que la religiosidad popular sigue viva y es una gran reserva potencial.
Tenemos un Papa consciente de la crisis eclesial. De él recibimos motivación para superarla, convicción para hacerlo. Poca luz para saber cómo salir de ella. No son pocas las cosas que hay que dejar de hacer, y son unas cuantas las realidades nuevas que hay que lanzar al ruedo. ¿Cuáles y cómo?
Al mirar al Pueblo de Dios en América en 2012, uno ve que hay un esfuerzo por relanzar la misión, por redefinir el contenido de la fe en torno a Jesús resucitado, por volver a Él, ya que solo así comprenderemos plenamente lo que significa ser humanos; y por reformar las estructuras de la Iglesia.
Las dos primeras tareas no se sostendrán si no se realiza la última. Esta hay que ponerla en manos de hombres y mujeres motivados, decididos, capaces de dar consistencia a lo que piensan y sienten; de “reformadores” que tengan, como se dijo en el Sínodo, cuatro cualidades: audacia, vínculo con la Iglesia, sentido de la urgencia y alegría.
De este talante hay pocos. Pero no faltan, y algunos son obispos, otros laicos, algunos sacerdotes y otros religiosos; los hay avanzados en edad y otros están en plena juventud.
Ellos nos harán caminar en el 2013 rumbo a otra Iglesia. Superaremos el síndrome del desconcierto que a ratos se experimenta en la cotidiana acción evangelizadora.
En el nº 2.829 de Vida Nueva.