JUNKAL GUEVARA | Biblista, profesora adjunta al Departamento de Sagrada Escritura de la Facultad de Teología de Granada
“Saber y ganar es un concurso de La 2 en el que los concursantes ganan porque saben, mucho y de muchos temas. Dos sucesos de este mes de mayo, la muerte de Bin Laden y la detención de Strauss-Kahn, me recordaban el concurso, pues ambos habían puesto en juego los límites de los poderes del Estado, que garantizan nuestra seguridad y libertad”.
Saber y ganar es un concurso de La 2 en el que los concursantes ganan porque saben, mucho y de muchos temas. Dos sucesos de este mes de mayo, la muerte de Bin Laden y la detención de Strauss-Kahn, me recordaban el concurso, pues ambos habían puesto en juego los límites de los poderes del Estado, que garantizan nuestra seguridad y libertad.
El día 1, tropas de élite estadounidenses mataron a Bin Laden, líder de Al Qaeda, en Pakistán; y el 14, en el aeropuerto de Nueva York, fue detenido el presidente del FMI acusado de agresión sexual. ¿Por qué mezclar ambas cosas? Porque es importante que los ciudadanos nos situemos críticamente ante los acontecimientos; los leamos en profundidad y notemos sus ambigüedades o contradicciones, que en ambos casos están ahí y deben denunciarse.
Que tropas de un país entren en el territorio de otro, con consentimiento o no, atenta gravemente contra la soberanía del segundo; hacerlo, además, para matar a uno de sus ciudadanos, por muy terrorista que sea, no lo hace menos grave. Pues si quien está legitimado para hacer cumplir la ley puede permitirse soslayarla, ¿qué seguridad nos ofrece?
Que un ciudadano, presidente del FMI o no, sea detenido por presunta agresión sexual, no lo hace de inmediato culpable. Merece que se respete la presunción de inocencia. No significa volver la vista hacia otro lado, sino poner en marcha todas las garantías del proceso penal que permitan llegar hasta el fondo del asunto.
Cristianos, ciudadanos de la polis, hay que saber de las cosas para que gane la democracia y el Estado de derecho. Juan Pablo II nos enseñó que “es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Es este el principio del Estado de derecho” (Centesimus annus, 44).
En el nº 2.755 de Vida Nueva.