SEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona
En el trasfondo de todo cuanto nos está proponiendo el papa Francisco de palabra y de obra, hay una llamada a la sencillez y un amor incondicional a los pobres. Es algo decisivo, porque da en lo esencial del Evangelio y es una especie de milagro que su opción se vuelva algo tan universal que ya se esté convirtiendo en un referente obligado para todo el mundo. Algo tenemos en común que nos hace sintonizar con sus mensajes y el atractivo de sus gestos. No habla mucho de evangelización, sino que la hace. Ciertamente, da gozo vivir este momento que interpela y entusiasma.
Si estamos atentos a la Iglesia, podemos presenciar el enorme trabajo que se está llevando a cabo, con discreción y silencio, pero no sin sufrimiento. Un trabajo bien hecho porque ha sido bien pensado, rezado y compartido. El reto, pues, es “evangelizar”, ya que –como dijo Pablo VI– para esto existe la Iglesia. Pero, ¿qué es evangelizar? Entre las muchas explicaciones posibles, siempre me ha llegado al corazón la de Eloi Leclerq en Sabiduría de un pobre, sobre Francisco de Asís. “La cosa más urgente –dice Francisco– es desear tener el Espíritu del Señor”.
“¿Has pensado ya lo que es evangelizar? Mira, evangelizar a un hombre es decirle: ‘Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús’. Y no solo decírselo, sino pensarlo realmente… Eso es anunciarle la Buena Nueva, y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y estima profundas. Es preciso ir hacia los hombres. La tarea es delicada. El mundo de los hombres es un campo de lucha por la riqueza y el poder. Ser testigos pacíficos en medio de ellos, capaces de hacerse realmente sus amigos. Es nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que les haga sentir que son amados de Dios y salvados en Jesucristo”.
Publicado en el número 3.019 de Vida Nueva. Ver sumario