JOSÉ ANTONIO PÉREZ TAPIAS, diputado del PSOE por Granada | Vivimos un tiempo de tremendas paradojas. Basta constatar el desprestigio de la política en el momento en que es más necesaria. Es chocante que, en países como el nuestro, nos deslicemos hacia una democracia de la indiferencia cuando las revoluciones árabes aspiran a regímenes democráticos en los que sean reconocidos los derechos ciudadanos.
¿A qué se debe esa historia passionis de la política, en la que se flagela a quienes se dedican a ella, erosionando las instituciones democráticas? Respuestas no faltan. Unas ponen el acento en la corrupción en el ámbito político –no tratada de la misma forma por todos los partidos–, cáncer de la democracia, con el agravante de que la metástasis se atribuye a todos los políticos, aunque solo un número muy exiguo esté involucrado.
El eco mediático multiplica el efecto. Tal desenfoque hace que se vea a los políticos formando una casta privilegiada. Nadie niega que haya que corregir el alejamiento respecto de la ciudadanía, pero extrapolar la cuestión a los términos de una clase política ineficaz y parasitaria no se corresponde con la realidad. Se echa en falta un análisis alejado de derivas populistas.
¿Será posible rescatar la política reinsertándola en una suerte de historia salutis? Debe ser, si queremos la organización civilizada de sociedades complejas y de su vida en común. Es recurrente insistir en la revitalización de los partidos políticos, profundizando en su democracia interna, clave para evitar la formación de oligarquías y redes clientelares en su seno. También sabemos de reformas de las dinámicas parlamentarias que propiciarían una vida política más acorde con las preocupaciones ciudadanas. Pero hay otras cuestiones de fondo.
La confrontación entre Estado y mercado hace difícil el aprecio de la política. El sometimiento de esta a un mercado capitalista que impone sus leyes a las instituciones democráticas es la causa más profunda de su descrédito. Remontar el declive de la política requiere superar el economicismo neoliberal y afrontar un nihilismo cultural que comporta el desfondamiento de valores sobre los que asentar la convivencia democrática. Para salvar la política hay que sacarla de su impotencia. También en momentos electorales.
En el número 2.753 de Vida Nueva.
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