CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
El pasado mes de noviembre se celebraba, en la catedral de Burgos, un interesante encuentro sobre la trascendencia del arte. Ahora, en Ávila y Alba de Tormes contemplamos una nueva edición de Las Edades del Hombre. En una y otra ocasión, y en tantas más, de nuevo se puede apreciar la buena amistad que hay entre la teología y el arte para realizar obras llenas de valores espirituales y estéticos.
Con palabras de Juan Pablo II, la Iglesia tiene necesidad del arte para transmitir el mensaje de Cristo y hacer perceptible a las gentes la fascinación del mundo del espíritu, de lo invisible. En el encuentro del hombre con la imagen religiosa se establece una especie de relación mística, en la que el diálogo se hace íntimo, oracional, creyente, evoca una maravillosa presencia. Lo trascendente se hace visible y palpable y anuncia un misterio que se vive gracias a la representación sensible.
Las hermosas y variadas imágenes de santa Teresa de Jesús no se quedan en el recuerdo de la Santa de Ávila; se percibe la presencia de Dios en lo humano y la belleza conduce al autor de la misma. A través de los sentidos se hace comprender que, en Teresa, estaba la mano de Dios. Toda la fuerza de la imagen proviene de lo que ese icono representa.
Esta es la servidumbre y el valor de la representación iconográfica que, a medida que se la va contemplando, se desvanece y se deja oír la voz de la Palabra a través de la imagen. “El camino del arte conduce a la Veritas de la fe, a Cristo mismo. De forma análoga a lo que sucede en los sacramentos, hace presente el misterio de la Encarnación en uno u otro de sus aspectos” (Benedicto XVI).
Quien contempla el icono debe transformarse en imagen viva de Cristo. La figura hace que llegue el sonido de la palabra, y la palabra santa convierte el corazón. Esta es la pedagogía del arte. Maravillosa escuela donde se aprende la lección inolvidable: que el Verbo tomó de lo sensible para ponerse junto a nuestra humanidad, que se vive gracias a la imagen que hace pensar en el punto Omega. La representación no es Dios, pero habla de Dios.
“En cada época –dice el papa Francisco–, la Iglesia recurrió a las artes para expresar la belleza de la propia fe y proclamar el mensaje evangélico de la grandeza de la creación de Dios, de la dignidad del hombre creado a su imagen y semejanza, y del poder de la muerte y resurrección de Cristo, que trajo redención y renacimiento a un mundo marcado por la tragedia del pecado y de la muerte”.
En la espiritualidad teresiana se percibe, de una manera particular, el acercamiento a la santa humanidad de Cristo, especialmente en el capítulo de la pasión y muerte del Señor, como camino por el que discurre un insaciable y sincero deseo de identificación. De la cruz a la luz.
En el nº 2.953 de Vida Nueva