SEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona
“¡Cómo no agradecer el trabajo arriesgado de los que están presentes en estos lugares de conflicto para paliar tanto sufrimiento!…”.
Los trágicos sucesos que está viviendo la Iglesia en muchos países por la persecución violenta a los cristianos están poniendo al límite los esfuerzos de la racionalidad y la sensatez.
¿Cómo responder a la irracionalidad del secuestro, de la tortura y del asesinato por el solo hecho de pertenecer a una etnia diferente o practicar otra religión? Parece que el respeto a los derechos humanos ya no sirve a los que de manera injusta deciden sobre la vida de las personas y destruyen su dignidad sagrada. ¿Cómo detener tanta abominación?
Me ha impresionado la reciente conversión de un creyente musulmán al cristianismo por la sencilla razón –ha testimoniado– de que en él ha encontrado la “verdad del perdón”. ¿Acaso no es este el camino de una posible reconciliación entre las personas y los pueblos y vencer así tanta intolerancia e irracionalidad? Cuando se practica de corazón una religión, sea la que fuere, especialmente las que hacen referencia al Dios único revelado como Amor, son inconcebibles el odio y la persecución a muerte y, así, se abre paso la recuperación de tanta relación humana deteriorada.
Quizá haga falta algo más que el perdón, ya que hay que detener sea como sea espiral de violencia usando todos los medios humanos y humanitarios que tenemos a nuestro alcance.
¡Cómo no agradecer el trabajo arriesgado de los que están presentes en estos lugares de conflicto para paliar tanto sufrimiento! Las apremiantes llamadas a la paz, como las que hace frecuentemente el papa Francisco diciéndonos que “el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación”, son una voz a la que escuchar, hacer caso y responder desde nuestra oración humilde y cooperación solidaria, hasta la vía diplomática y el último conducto humanitario posible. Y en ello hay que estar cada día sin desfallecer.
En el nº 2.906 de Vida Nueva