JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
La cultura mesopotámica organizó el tiempo en siete días. También lo hicieron los hebreos, que con el número siete expresaron la perfección y totalidad de la obra de la Creación.
En la anterior legislatura, Ángel Gabilondo delineó un pacto de Estado. En el horizonte se dibujaba un deseo: que la séptima ley educativa de la España democrática fuera la definitiva y tuviera un perfecto encaje a largo plazo. Pero el acuerdo se hundió en el fracaso de una política que no conoce el diálogo. Y, años más tarde, se impuso una LOMCE que ignoró el nulo respaldo dado fuera del PP. Por ello, una ley que nació tocada, ahora es presagiada como hundida. Y, como no cambien las cosas, estamos abocados a hundirnos hasta setenta veces siete.
Con una escuela fundada en la memorización, y a base de reválidas y recortes en la atención a la diversidad, el PP pretendía mejorar el 25% de abandono escolar, tasa que dobla la media europea. Cinco décadas atrás, con más de tres millones de analfabetos, en España también permanecíamos muy por debajo del listón europeo. El 5 de febrero de 1966, Vida Nueva hacía un balance del Plan de Desarrollo de 1965.
Ante el incumplimiento de la inversión destinada para la educación, María Luisa Bouvard sostenía una idea que hoy sería urgente resucitar para futuros pactos: “La inversión en educación se devuelve a la renta nacional… [y] viene a triplicarse por el trabajo posterior de los individuos”.
En el nº 2.975 de Vida Nueva