En este año que se va, el Papa nos ha dejado tres claves de futuro
JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Se nos va este año 2013 con un nombre propio: el papa Francisco. Su figura ha traspasado las fronteras eclesiales para instalarse en el corazón de la actualidad mundial. La revista Time lo declaraba personaje del año. Es la tercera vez que un papa obtiene este reconocimiento. Juan XXIII, a los cuatro años del inicio de su pontificado, y Juan Pablo II, a los dieciséis. Francisco solo a los nueve meses. No conviene olvidar el dato.
Nancy Gibbs, managing editor del prestigioso semanario, lo justificaba así: “Rara vez un nuevo actor en el escenario del mundo ha capturado tanta atención, tan rápido, de jóvenes y viejos; de fieles y de cínicos, como él (…). En sus nueve meses en el cargo, se ha colocado en el centro mismo de los debates centrales de nuestra época: sobre riqueza y pobreza, equidad y justicia, transparencia, modernidad, globalización, el papel de las mujeres, la naturaleza del matrimonio, las tentaciones de poder…”.
Y todo en momentos delicados para la propia Iglesia, que venía sufriendo escándalos internos y deterioros de significación externa. El teólogo Hans Küng advertía del riesgo de la Iglesia de “convertirse cada vez más en una secta insignificante”. Los datos avalaban el temor. Mientras que en Europa desciende el porcentaje de católicos, en otros continentes asciende, aunque en América Latina, el lugar con mayor porcentaje, las sectas frenan su avance.
Y es que en el Viejo Continente, la Iglesia se ha ido desgastando en demasiadas guerras (la de los Treinta Años marcó el mapa religioso europeo). Nuevas formas de guerras de religión. Y, como sucede mientras se libran, aumentan las víctimas colaterales: intelectuales en el XVIII, obreros en el XIX y jóvenes en el XX.
Releyendo a Albert Camus en el centenario de su nacimiento, encuentro: “El gran Cartago lideró tres guerras: después de la primera, seguía teniendo poder; después de la segunda, seguía siendo habitable; después de la tercera ya no se encuentra en el mapa”. La Iglesia libró la primera contra el “marxismo, intrínsecamente perverso” y su variante comunista, pero siguió teniendo poder; después llegó otra contra el relativismo y sus variantes laicistas, y sigue manteniendo un lugar habitable. Habrá que evitar una tercera guerra para no convertirnos en una secta, como dice Küng, o desaparecer del mapa, como augura Camus.
La elección del cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, supuso un vendaval de ilusión. Y justo en el 50 aniversario de la elección de Pablo VI, en el ecuador del Vaticano II.
No he encontrado mejor definición del Concilio que la del propio Montini a un periodista: “Lo que la Iglesia ha hecho en este Concilio ha sido acercarse a la humanidad sufriente para curar sus heridas y devolverle la esperanza”. Ya Juan XXIII, en su convocatoria, dijo que no se buscaba otra cosa que “inyectar el Evangelio en las venas de la humanidad”.
Cincuenta años después, Francisco vuelve a reiterar esa labor samaritana en momentos especialmente graves, cuando la situación económica global ofrece escasas luces y las soluciones entran en una fase de laboratorio, a la búsqueda de nuevas ideas que devuelvan la esperanza. Un nuevo perfil de hombre va emergiendo. La Iglesia desea caminar junto a él para seguir curando sus heridas y alentatando su camino. Una Iglesia “más hogar que aduana; más mesa que estrado; más camino que callejón sin salida”, decía no hace mucho el Papa, que nos ha dejado este año que se va tres claves de futuro:
Una Iglesia sinodal…
La centralización romana de la Iglesia fue siempre discutida. Los tiempos corren y el Vaticano II sustrajo del arcón de la tradición patrística la riqueza sinodal, que nada tiene que ver con una cierta visión de las diócesis como satrapías o sucursales de Roma. Francisco, con el mero hecho de presentarse como obispo de Roma, ya puso sobre la mesa la urgencia de revitalizar la importancia de la Iglesia local.
El Sínodo convocado, y otros gestos más, apuntan a esa manera de trabajar la comunión eclesial. Escuchar las voces de todos, aprender de los cristianos, desde la misma base, y poner en práctica el discernimiento, algo que, como se está viendo, el Papa ha puesto en valor, desde su formación jesuita. Es ese discernimiento el que va acompañando sus pasos en la escucha, la oración y la actuación decidida, pero siempre tras la escucha.
… para la que cuentan las periferias
Es otra de las claves subrayadas este año: la Iglesia tiene que despojarse de su “eurocentrismo”. Desde que Francisco se asomo al balcón de la Basílica de San Pedro, quedó muy claro: “Mis hermanos cardenales se han ido a buscar al nuevo obispo de Roma casi al fin del mundo. Y aquí estoy”.
Un mapa de periferias geográficas y existenciales. Salir de las aulas de la ideologización y de las sacristías vaporosas es su tarea. Cuando se está en una habitación cerrada que huele a humedad, se llega a enfermar. También se puede salir a la calle y tener un accidente. Lo repite Francisco: “Prefiero mil veces una Iglesia lesionada que una Iglesia enferma”. Salida de lo autorreferencial, sin miedos ni complejos.
Lampedusa, paradigma
La Iglesia tiene señalado el camino en este paradigmático lugar. Hay que recordarlo, pues estamos en epidemia de amnesia. Lampedusa, paradigma y vergüenza. Vuelta a los orígenes de la esencia del amor. No es moralina, sino Evangelio descarado. El gesto en esta isla y su mensaje será un impulso para la auténtica renovación, la que se respira desde Asís.
Lampedusa es, además, un aviso para los navegantes que creen que las reformas eclesiales deben de ser cosméticas y hasta se atreven a ponerlas en solfa. “Cambiar todo para que todo continúe igual”. Es el fondo del El Gatopardo, la novela de aquella isla.
Un año en el que se han atisbado reformas, no restauraciones. Siempre queda la urgencia y prioridad del amor y el abrazo al que sufre; eso nos ha traído el año, y a eso nos lanza el nuevo..
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- A RAS DE SUELO: Y en España, tirando números a la cara, por Juan Rubio
En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial