JAVIER ÁLVAREZ-OSSORIO, SSCC. superior general de los Sagrados Corazones
“Cómo va el trabajo”, me pregunta Francisco cuando lo encuentro de camino al Aula del Sínodo. Bien, le respondo. Estoy en un grupo en el que se puede hablar con libertad.
El Papa camina lentamente. Parece que hay tiempo para charlar un poco más.
Francisco, ya que estamos… ¿puedo comentarle algo? “Venga, dime”, me invita. Le hablo de mis inquietudes. El Sínodo es sobre la familia, pero las tensiones más fuertes se centran en algunos temas sensibles relativos al matrimonio, como el papel de la conciencia de los esposos en las decisiones sobre el control de la fecundidad, o el acceso a los sacramentos de los que están en las llamadas situaciones “irregulares”. Los más rigoristas argumentan diciendo que la doctrina de la Iglesia impide que se cambie la disciplina actual en estos temas, y que cualquier gesto de apertura sería un escándalo para los buenos.
¿Cómo puede ser eso la “doctrina”?, me pregunto. En el fondo, se trata de cómo entendemos la Gracia, es decir, la actuación de Dios en las personas. Además, parece que el criterio que en definitiva abre y cierra puertas es el sexo: si hay o no relaciones sexuales en la pareja. Extraño. Mi dificultad mayor está, más allá de la teología, en que la imagen de Jesús que emerge de las posiciones rigoristas no corresponde con el Jesús que yo conozco, el Jesús que adoro en la Eucaristía, el que escucho al orar con los evangelios. ¿Cómo vamos a salir de este enredo de posiciones irreconciliables?
“Mira”, me comenta pausadamente el hombre de blanco que camina con toda naturalidad a mi lado, “muchos tienen en la cabeza una teología en la que la Gracia se ha cosificado, y una teología moral como la de aquel profesor jesuita que decía que los novios se pueden besar, ciertamente, ¡pero a condición de que pongan un pañuelo entre las dos caras!”.
“Procuren no cerrar puertas sino abrirlas”, concluye mientras llegamos a la entrada del Aula.
Sinodalidad
La palabra Sínodo significa “hacer camino juntos”. Con ocasión del 50º aniversario de la institución del Sínodo, Francisco nos habló de “la necesidad y la belleza de caminar juntos”, aunque también reconoció que “caminar juntos –laicos, pastores, el obispo de Roma– es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”.
El Papa ha ofrecido un ejemplo admirable de esta sinodalidad. Ha estado en todas las sesiones plenarias escuchándonos, sin decir nada. Escucha paciente y, por momentos, dolorida, cuando algunos han usado “métodos no del todo benévolos” (como él mismo indicó en el discurso de clausura).
Es sabido que un grupo de obispos y cardenales se opone con dureza al estilo misericordioso de Francisco y a sus propuestas de acercamiento a las personas que sufren o que se encuentran alejadas de la Iglesia. Muchos de estos críticos están en la Curia vaticana. El Papa podría muy bien destituirlos, deshacerse de quienes le amargan la vida en su propia casa y poner a otros en su lugar. Pero no lo hace. Él quiere que caminemos juntos, todos, sin excluir a nadie. Tampoco a los opositores.
Francisco podría también realizar más rápidamente las reformas que él considera necesarias en la Iglesia. Hay que “avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están” (EG 25). Sin embargo, prefiere acompasar su ritmo al del gran grupo. En ese sentido, ha arriesgado mucho convocando estos dos sínodos sobre la familia. El resultado, como esperaban sus opositores, podría haber confirmado la línea de dejar todo como estaba. Afortunadamente, no ha sido así; el Espíritu Santo ha actuado, no me cabe la menor duda.
El trabajo ha sido arduo. Se ha hablado con libertad. Ha emergido una diversidad de perspectivas enorme. “Hemos visto que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente…” (discurso de clausura). ¡Qué milagro de catolicidad, que se mantenga la comunión en una diversidad semejante!
La vía del discernimiento
Entonces, ¿cuáles son los resultados del Sínodo? El texto final, como casi siempre en estos casos, resulta pesadito, clerical, repetitivo. Son “pastores” los que hablan, y no pueden evitar usar la palabra “Iglesia” como si se refiriera exclusivamente a ellos y a sus colaboradores. Difícil llegar a un consenso sobre algo diferente en un grupo de estas características.
Pero no nos dejemos engañar por una primera impresión de “más de lo mismo”. El texto final es radicalmente diferente de la relación inicial con que comenzó el Sínodo. Algo ha ocurrido entre los padres sinodales durante estas tres semanas. Se ha dado un giro decisivo hacia un lenguaje que mira con ojos más benévolos a la realidad concreta. Todos aquellos que no se amoldan al llamado “modelo de familia cristiana basada en el sacramento del matrimonio” ya no son tildados de egoístas, irresponsables, hijos de una cultura de la muerte; ahora se trata de comprender sus búsquedas, deseos y dificultades.
Tímidamente, pero, ¡al fin!, se confía en la acción de Dios en el corazón de las personas y se respetan las decisiones tomadas en el santuario de la conciencia. Ya no se dice “esto está permitido, esto está prohibido”, sino que se dejan las puertas abiertas a las vías del discernimiento, donde la mirada de la fe se funde con la sed del corazón humano y con sus luchas.
Orientación difícil y exigente. No todo vale, pero para toda situación hay una salida posible que hay que buscar. Se abre una vía que desconcertará, quizás, a muchos pastores y agentes de pastoral, que no podrán limitarse a ser administradores de servicios prefabricados, sino que tendrán que dedicar tiempo, fuerzas y corazón a enredarse en la vida concreta de las personas. Una vía que invita a superar las tentaciones constantes del hermano mayor (Lc 15, 25-32) y de los obreros celosos (Mt 20, 1-16), que expresan las reclamaciones de los buenos y de los justos (cf. discurso de clausura).
En fin, aunque lo haga de una manera discreta, el texto final reconoce que el Reino de Dios es siempre más grande que todas nuestras realizaciones concretas, y que solo podremos ser fieles al Evangelio si reconocemos que estamos siempre en camino hacia un amor que nos precede y nos supera. Como dice el número 41: “Jesús relativizó las relaciones familiares en función de la realidad del Reino de Dios (cf. Mc 3, 33-35; etc). Esta revolución de los afectos que Jesús introduce en la familia humana constituye una llamada radical a la fraternidad universal. Nadie queda excluido en la nueva comunidad congregada en nombre de Jesús, sino que todos tienen un lugar en la familia de Dios”. Es solo un paso en el camino. Un camino juntos hacia una Iglesia un poco más cercana al Corazón de Jesús.
Abrazo
En la tarde del sábado 24 de octubre, se procedió a la votación punto por punto del documento final. Sesión larga, cargada de expectación. Todos los puntos fueron aprobados por más de dos tercios. También el punto más disputado, el 85, sobre los divorciados vueltos a casar, que recibió 178 votos (siendo 177 la mayoría cualificada de 2/3).
Al final, muchos estábamos exhaustos, serenamente alegres y profundamente conmovidos. Me acerqué a Francisco con la intención de expresarle mi emocionado agradecimiento. Pero fue él quien se adelantó, me miró con cara cansada y ojos brillantes, y me dijo: “Muchas gracias por tu apoyo”. Ahí nos fundimos en un abrazo que recordaré toda mi vida. Un abrazo en el que toda la Congregación, a la que indignamente represento, se abandonaba entre los brazos de la Iglesia de su Señor.
En el nº 2.964 de Vida Nueva
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