CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Esta joven mujer hizo de su vida la mejor de las fórmulas magistrales: poner a Dios en la vida y la vida en las manos de Dios…”.
Las gentes quedaban admiradas por el heroísmo de aquellas personas, que no oponían resistencia ni a la espada ni a los dientes de los leones cuando eran entregadas al martirio. San Agustín ofrece la auténtica explicación de lo que parecía inconcebible al razonamiento humano. Estos cristianos, estos mártires, no han hecho otra cosa, en las plazas y en los coliseos, sino aquello que anteriormente celebraban en el altar, ofreciéndose como víctimas con Cristo, el testigo más santo y más fiel.
Elvira Moragas y Cantarero, farmacéutica e hija de farmacéutico, fue una de las primeras mujeres universitarias, con todo lo que ello significaba en la sociedad de los últimos años del siglo XIX y principios del XX. Pero aquella mujer joven era como un albarelo, suave y hermoso por fuera, pero de enorme fortaleza y con una riqueza interior capaz de curar con increíble eficacia las enfermedades de la humanidad.
En la oficina de farmacia elaboraba y distribuía fórmulas magistrales en las que, junto al medicamento, ponía cariño y ternura, buenos consejos y recetas, que, a veces, eran más eficaces en la cura que los bálsamos y jarabes que se habían preparado en la rebotica. Todo ello en nada reducía la responsabilidad que como profesional le correspondía, sino que agrandaba el oficio de farmacéutica con la bondad de la virtud.
Con su licenciatura en Farmacia, todo lo dejaba para ingresar como monja en el Carmelo, precisamente en el año en el que se cumplía el cuarto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. El ánimo está bien preparado y dirigido espiritualmente por un santo tan experto en caminos de discernimiento como era el padre José María Rubio y Peralta, hoy canonizado.
Sor Sagrario se puso, sin reserva alguna, a la práctica de la identificación con Cristo, particularmente en su pasión y su entrega en la Eucaristía. La vida fraterna fue la mejor escuela para comprender y vivir el mandamiento nuevo del Señor. Había que llevarlo hasta las últimas consecuencias, hasta dar la misma vida. Y así ocurrió el día de la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma al cielo del año del Señor de 1936.
Juan Pablo II proclamó la virtud heroica de esta mujer y quiso que su nombre figurase en el catálogo de los bienaventurados. De ahora en adelante, Elvira Moragas y Cantarero sería la beata Sagrario de San Luis Gonzaga. La joven universitaria que convirtió su vida en uno de esos tarros de farmacia que, al romperse en el martirio, hizo que se pudiera exhalar el sublime perfume de la santidad.
Ahora se quiere que la beata Sagrario sea copatrona de los farmacéuticos católicos. Bien merecido lo tiene, porque esta joven mujer hizo de su vida la mejor de las fórmulas magistrales: poner a Dios en la vida y la vida en las manos de Dios.
En el nº 2.851 de Vida Nueva.