Sorpresa

Ángel-moreno(Ángel Moreno, de Buenafuente)

“De manera educada y franca, el joven me pidió el sacramento de la confesión. Al tiempo que escuchaba atento la conciencia del desconocido, podía ver el tapiz del hemano Rafael colgado en la fachada de la Basílica de San Pedro, y recordé el mandamiento de la Regla benedictina, que dice: ‘Recíbase al huésped como al mismo Cristo en persona’”

Cuando se viaja, se suele despertar el instinto de defensa que bloquea la posible acogida a quien se aproxima. Estaba yo en la Plaza de San Pedro de Roma; era el 11 de octubre de 2009, y acababa de terminar la gran celebración de la canonización de cinco nuevos santos, entre ellos el hermano Rafael. Noté que un joven comenzaba a mirarme y a hacer algún gesto para acercarse a mí. Intenté evitar el encuentro, pero al final se decidió y me abordó, preguntándome si hablaba italiano. Me dio alivio poderle responder que no. De ese modo me excusaba, pues sospechaba que podría sufrir alguna extorsión.

El joven no se rinde, y vuelve a preguntarme si hablo español. Ya no pude defenderme, y acepté el encuentro, afirmando que era español. Mi cabeza, con una rapidez insospechada, me traía toda clase de hipótesis sobre la identidad de mi interlocutor.

Una vez más quedé avergonzado en mi interior, cuando (Ángel Moreno, de Buenafuente) Cuando se viaja, se suele despertar el instinto de defensa que bloquea la posible acogida a quien se aproxima. Estaba yo en la Plaza de San Pedro de Roma; era el 11 de octubre de 2009, y acababa de terminar la gran celebración de la canonización de cinco nuevos santos, entre ellos el hermano Rafael. Noté que un joven comenzaba a mirarme y a hacer algún gesto para acercarse a mí. Intenté evitar el encuentro, pero al final se decidió y me abordó, preguntándome si hablaba italiano. Me dio alivio poderle responder que no. De ese modo me excusaba, pues sospechaba que podría sufrir alguna extorsión.

El joven no se rinde, y vuelve a preguntarme si hablo español. Ya no pude defenderme, y acepté el encuentro, afirmando que era español. Mi cabeza, con una rapidez insospechada, me traía toda clase de hipótesis sobre la identidad de mi interlocutor.

Una vez más quedé avergonzado en mi interior, cuando de manera educada y franca, el joven me pidió el sacramento de la confesión. Al tiempo que escuchaba atento la conciencia del desconocido, podía ver el tapiz del hermano Rafael colgado en la fachada de la Basílica de San Pedro, y recordé el mandamiento de la Regla benedictina, que dice: “Recíbase al huésped como al mismo Cristo en persona”. En esta ocasión viví el regalo de haber sido yo mismo mediación de Cristo para aquel joven que me pidió la misericordia.

En el nº 2.682 de Vida Nueva.

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