ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid
“Se dice que Leonardo da Vinci estuvo trabajando varios años en La Gioconda, dándole cada día alguna pincelada que la iba mejorando. Dios tiene paciencia. Tengámosla también nosotros, cuando nos dé algún toque para dejarnos mejor”.
El Señor hizo muchos milagros de repente, devolviendo la vista, la palabra o el oído, la salud y hasta la misma vida en un instante. Pero quizás estas maravillas eran, si cabe hablar así, como ensayos y como anuncio de unos milagros mayores y más duraderos.
Porque todos aquellos tenían fecha de caducidad: algún día quedarían otra vez mudos, ciegos, sordos y muertos para siempre. (Quizá sería interesante una película que tratara de cómo sería la segunda muerte de Lázaro, que lógicamente volvería a morir después de haber resucitado).
Jesús se guardaba para más adelante otras curaciones y reconstrucciones más duraderas y perfectas, la vida y la salud completa y para siempre. Es lo que el Espíritu Santo realiza por medio de la Iglesia en las vidas de los santos, muchos canonizados y otros muchos más, anónimos, pero no menos gloriosos.
Todo pecado descompone la vida del cristiano, más o menos, según su gravedad. De mil maneras, nos perdona Dios, pero esa enfermedad y ese trauma hay que sanarlo y cuidarlo, para recomponer esa figura, restaurar esa talla. Es la faena de toda la vida cristiana: prepararnos para estar presentables en la exposición final del Reino de los Cielos. Es la historia de todos los santos, con infinitos matices de circunstancias personales y de vocaciones particulares, todos parecidos a Cristo, pero cada uno con sus matices diferentes. Por eso, se dice con razón que Dios hace un santo, y rompe el molde.
El Espíritu Santo es un buen escultor, pero es preciso que le dejemos trabajar el tiempo necesario en nuestra madera. Se dice que Leonardo da Vinci estuvo trabajando varios años en La Gioconda, dándole cada día alguna pincelada que la iba mejorando. Dios tiene paciencia. Tengámosla también nosotros, cuando nos dé algún toque para dejarnos mejor. Vale la pena, por ser una obra de arte, de belleza y de vida para siempre, para gloria nuestra, de Cristo y de la Iglesia.
En el nº 2.774 de Vida Nueva.