EDUARDO CIERCO (POZUELO DE ALARCÓN, MADRID) | Leo, en el reportaje de Darío Menor sobre la apertura a una nueva teología para la mujer, el recuadro “¿Por qué no hay más mujeres en la curia?” (versión íntegra solo para suscriptores). Y releo, a continuación, la Pacem in terris, de Juan XXIII, número 41, y la meditación de Juan Pablo II Mulieris Dignitatem.
¿Qué ocurriría si a una mujer diaconisa, como lo fue Febe, se la elevase al cardenalato y se pusiese en sus manos la prefectura de un nuevo dicasterio vaticano para diáconos y diaconisas, a otra la de laicos y laicas, a otra la del desarrollo de la teología de la mujer en el marco de la teología sin más, y a otra la presidencia de la Pontificia Academia para las Ciencias? Nada. Todo es ortodoxo.
Incluso todo lo contrario: se evitarían riesgos tales como el de caer “bajo una nueva forma de control eclesial masculino” o “sacralizar la inferioridad ministerial femenina”. Frente a ambos, quiero recordar, nos advierte constantemente el papa Francisco.
Así, la Iglesia que todos soñamos se constituiría en paradigma de una nueva evangelización cristiana y humana en un mundo en el que la mujer, tanto dentro como fuera de la propia Iglesia, sigue discriminando a la mujer. El rumbo actual es otro, y ya vemos cómo la mujer se rebela cada día más contra ello. Un claro ejemplo está en la niña pakistaní Malala, reciente Premio Sajarov del Parlamento Europeo. Todo en la línea de nuestros Juan XXIII, Juan Pablo II y Francisco.
En el nº 2.877 de Vida Nueva
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