Mª VICTORIA MOLLINS, STJ
De la normativa y la teoría a la experiencia
Hace muchos años, exactamente en 1982, cuando celebrábamos el IV Centenario de la muerte de Teresa de Jesús, viví una experiencia que jamás he olvidado. Yo tenía que dar una conferencia en el Pilar de Zaragoza –en aquel momento, una novedad, por el hecho de ser mujer– y hablé de la experiencia de la gran mística enamorada de Jesús hasta la médula. Al acabar, se me acerca un hombre sencillo, de esos que encierran en su mente y corazón verdades como puños, y me dice: “Mire, hermana, me ha gustado muchísmo y me ha dejado un gran regusto en mi interior, porque me ha hablado de Dios desde Dios”.
Digo que no he olvidado aquella sencilla definición o interpretación, por mejor decir, de lo que es la experiencia de Dios, la única que nos permite hablar de Él desde Él mismo. Y es eso, precisamente, a mi entender, lo que hace que Teresa de Jesús pueda tener una actualidad increíble y motivar como lo está haciendo de muchas maneras en este Centenario de su nacimiento.
A mí me conquistó así, precisamente, y así conquista a muchas personas que se acercan a ella. Y digo que esa es la clave de su actualidad porque vivimos un momento de Iglesia en el que, al menos a mí, se me abre una ventana al optimismo y a la esperanza. Durante muchos años hemos sufrido una congestión de normas, prohibiciones y hasta temores que han alejado a muchos de las prácticas o la pertenencia a la Iglesia, confundiéndola a menudo con la falta de fe o con un agnosticismo más subjetivo que real.
Entrar en el mundo de la experiencia y de la amistad con Jesús es la puerta para acercarnos al Dios invisible y al que solo por Jesús tenemos acceso.
“No diré nada que no haya experimentado primero”
Esa expresión utilizada por la Santa en varias ocasiones es la clave de su capacidad comunicativa, contagiosa y siempre actual. Ella experimentó una amistad tan fuerte con Jesús que le cambió la vida. Y esta experiencia fuerte de Dios vino acompañada progresivamente por otras gracias: una es experimentarlo, otra entender la propia experiencia y una tercera saber expresarla. Y así lo hizo ella, aunque necesitase continuamente de metáforas, comparaciones y alegorías, como todos los místicos.
Y aquí me coloco yo en mi trayectoria vital con Teresa de Jesús amiga y compañera. Yo empecé a vivir la fe con gozo y libertad de espíritu cuando entré en ese mundo de la experiencia de Dios en la persona amada de Jesús, que cambió mi vida. Ahora, cuando ya estoy en el último trayecto de ese caminar, solo aspiro a poder decir un día con verdad, como dice Teresa en la última de las Cuentas de conciencia, escrita unos meses antes de su muerte: “¡Oh, quién pudiera dar a entender bien a vuestra señoría la quietud y sosiego con que se halla mi alma!; porque de que ha de gozar de Dios tiene ya tanta certidumbre, que le parece goza el alma que ya le ha dado la posesión aunque no el gozo; (…) porque, a la verdad, ya en parte no está sujeta a las miserias del mundo como solía; porque aunque pasa más, no parece sino que es como en la ropa, que el alma está como en un castillo con señorío, y así no pierde la paz…”.
En el nº 2.934 de Vida Nueva
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