CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Tiempo de Adviento. De tener bien encendidas las lámparas para ver el camino por el que llega el Salvador. Y para que el Señor pueda apreciar en ti el rostro auténtico de un hombre de fe, lleno de esperanza y testigo de la caridad. Porque la luz de la lámpara tiene esta doble misión: conocer la ruta que se ha de seguir para el deseado encuentro con el Mesías, y para que se vea, de forma inequívoca, al verdadero discípulo: limpio de corazón y que practica la justicia y la misericordia.
Pues si vernos quiere el Señor, habrá que presentarse sin disimulo ni maquillajes, sino ofrecernos como somos: hijos de Dios y hermanos de Cristo. El papa Francisco decía en una de las celebraciones matinales en Santa Marta que había que cuidarse mucho del fingir y aparentar, que tienen sus raíces en la soberbia, la codicia y la vanidad.
La vanidad es propia exaltación, apariencia y maquillaje, hinchazón y autobombo. Lo que conduce inexorablemente a la farsa personal y al figurón ridículo e incoherente del querer representar un papel que, en absoluto, corresponde al hombre sincero y leal a su misma condición de persona. Osteoporosis del alma llama el Papa a todo esto. Al final, como decía otro papa, Juan Pablo I, a este hombre le va a ocurrir lo de la fábula de aquel animal insignificante que se puso el disfraz de león para que le reverenciaran y temieran… De pronto sopla un viento fuerte y se lleva por delante la piel del engaño. El ridículo fue de antología.
El Adviento es tiempo de luz, de sinceridad, de esperanza. Caminar como hijos de la luz, que es tanto como hacerle recordar a uno cuál es el origen y el destino, la fuente de sus inspiraciones y de su conducta moral y religiosa. La sinceridad es ecuación perfecta entre lo que uno es y lo que manifiestan inequívocamente sus obras, entre lo que siente y lo que se dice. Es la coherencia de la fe, del creer y el practicar, de la pertenencia y de la participación.
La esperanza es vivir en el presente el gozo que tendrá su cumplimiento en la realización de acontecimientos futuros. No es simplemente esperar pacientemente, sino alimentar la fe en la seguridad de que lo que se ha prometido se cumplirá. Y el anuncio no puede ser causa de mayor alegría: vendrá el Mesías, el Redentor, Jesucristo.
Publicado en el número 3.014 de Vida Nueva. Ver sumario
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