GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura
“El trabajo no es solo cansancio, sino también sufrimiento. En primer lugar, cuando el trabajo no se encuentra, como atestiguan sin piedad las estadísticas…”.
Hoy también hay uno en mi escritorio, entre el correo. Está redactado según el estándar europeo: es un currículum con la esperanza, prevalentemente frustrada, de un puesto de trabajo.
Tras estos módulos incluso suntuosos se esconden tantas historias personales y, por desgracia, también ilusiones (tal vez piensan en el Vaticano como meta de un puesto no solo fijo, sino eterno…). Es cierto que, en la antropología religiosa, el vínculo con Dios y con el alma es radical y que el amor es la meta terminal, pero el trabajo sigue siendo central.
En la Biblia se lee que el hombre ha sido creado “a imagen de Dios” y que esta imagen está en la relación de amor entre hombre y mujer, pero se lee también que el hombre fue colocado en el jardín del mundo “para que lo cultivase y lo cuidase”.
Es significativo que la figura central del cristianismo sea la de un obrero, hijo a su vez de obreros. Los mismos vecinos de Jesús de Nazaret, frente a la fama que estaba conquistando, ironizaron “escandalizados”: “¿No es el hijo del téktôn? ¿No es su madre María?”.
Téktôn, la palabra griega usada por los evangelistas, significa “carpintero” y, dado el contexto económico-social de entonces, no cabe imaginar una actividad de construcción o de artesanía, sino una modesta y fatigosa profesión popular. Sobre este aspecto deberían reflexionar los que envían sus currículos. El trabajo es central –lo decíamos siguiendo la Biblia–, la persona está completa solo cuando se ha convertido en un homo artifex o technicus que conoce, cultiva y cuida la realidad.
Pero no hay que olvidar que la misma palabra italiana lavoro (trabajo) deriva del latín labor, que significa “cansancio” y hasta “sufrimiento”. En español, está el término trabajo, que también supone un travaglio (sufrimiento), como dice el Génesis, que es realista sobre ello: “Comerás el pan con el sudor de tu frente”.
No necesitamos al poeta Cesare Pavese para saber que “trabajar cansa”. Los títulos, a menudo retóricos (sabemos bien qué son algunos cursos llamados pomposamente máster…), encubren el sueño de empleos y de hacer carrera en actividades “liberales”, mientras la obra del téktôn –léase fontanero, zapatero, asistenta, camarero…–, un trabajo igual de noble, pero que produce cansancio y sudor, queda automáticamente excluido del horizonte personal por indigno.
El trabajo no es solo cansancio, sino también sufrimiento. En primer lugar, cuando el trabajo no se encuentra, como atestiguan sin piedad las estadísticas. Así polemizaba san Pablo con los místicos de Tesalónica: “Si alguno no quiere trabajar, que no coma”. La frase le gustaba hasta a Lenin. Ahora hay quien quiere pero no puede trabajar, por lo que lo tiene difícil para comer. Pensemos en el sufrimiento de las familias de los desempleados, verdaderos dramas invisibles tras las frías paredes de los edificios de viviendas.
Lograr un empleo es a menudo trabajoso, no solo para los jóvenes, sino sobre todo para las mujeres. Junto al currículum, precisamente hoy recibo un ensayo de Andrea Bianchi titulado Hombres que trabajan con las mujeres. El subtítulo es optimista porque, con razón, reconoce que “la diversidad y la inclusión crean valor en la empresa”. No obstante, no puede ignorarse que la igualdad de oportunidades sigue siendo desigual y que el acoso laboral no es para nada extraño.
Trabajar es, por tanto, fatigoso en todos los sentidos. Resultan indignas tanto la improductividad de muchos que han logrado un puesto fijo y lo mantienen como una renta parasitaria, como la arrogancia de los dueños de patrimonios inmensos o de sueldos desproporcionados, a veces obtenidos de modo escandaloso o incluso con un verdadero robo.
La misma sensación provocan la evasión fiscal y la corrupción. Pese a todo, es indiscutible lo que escribía Primo Levi en La llave estrella: “Amar el propio trabajo constituye la mejor aproximación concreta a la felicidad sobre la Tierra”.
En el nº 2.881 de Vida Nueva.