(Vida Nueva) Con el verano llegan las vacaciones, los viajes, y muchos se preguntan: ¿cómo conjugar arte y fe, ocio y piedad? Las personas que esta semana nos ofrecen su enfoque sobre el tema nos hacen reflexionar acerca del concepto que todos tenemos del llamado “turismo religioso” y sobre las distintas formas de vivir la fe durante la época estival.
Una nueva experiencia vital para el hombre de hoy
(Salvador Batalla– Director del Secretariado de Turismo y Santuarios de Cataluña y Baleares) Siempre he dicho que la realidad del turismo se fundamenta en dos pilares básicos: la movilidad y la nueva cultura del ocio.
En las sociedades tradicionales, la vinculación de la persona a su trabajo y la forma como en él se expresaba hacían que el descanso y el ocio fueran imposiciones sociales y religiosas. Hoy día, la sociedad, aunque no en todas las sociedades o en todos los estratos de la misma, ha encontrado mayor tiempo libre a su disposición. Los avances tecnológicos han liberado al hombre de muchas horas de trabajo. Si esto lo unimos a la facilidad de posibilidades en la movilidad humana, tanto física como por exigencias del mismo trabajo, ha creado una forma de vivir.
Sin embargo, lo que más está cambiando es la relación trabajo y ocio y, con ello, el mismo sentido de la vida. Es importante que descubramos lo subyacente en todas estas concepciones, ya que si el hombre de hoy deja de entender su vida, primordialmente, como trabajo y considera el ocio como un paréntesis reparador, lo consideramos como paréntesis para reparar fuerzas y comenzar otro trabajo.
Sin embargo, si lo consideramos como una parte de su exigencia humana, como una nueva forma de su ser enriquecedor de la misma persona, el tiempo libre debe ser humano, tiempo de reflexión, de convivencia, de unión con los demás, de desarrollo cultural, tiempo que tiene presente la dimensión trascendente del hombre y, por ello, celebradora de su propia salvación. En el tiempo del ocio nos podemos encontrar con la naturaleza, con la cultura, expresión de la gran riqueza humana, con los demás.
El turismo religioso, además de estos dos pilares, también tiene en cuenta el aprecio del hecho religioso y la valoración positiva de la religiosidad popular.
Peregrinación, romería, viaje turístico, todo es bueno si cumple con los requisitos pertinentes.
No hay que confundir la peregrinación y el turismo religioso, ya que la primera debe nacer de una decisión de fe, orden espiritual, orientada a la conversión personal de vida interior, con gestos de solidaridad, pobreza… y, en cambio, el turismo religioso tiene un aspecto preferentemente cultural, amical. Que la peregrinación pueda ser una forma especial de turismo religioso, puede ser, no vamos a ser dogmáticos, pero una romería, a parte de tener una motivación religiosa, tiene otras manifestaciones festivas, lúdicas, culturales, podría asemejarse mejor a la idea del turismo religioso.
Es cierto que el turismo religioso supone unos días en monasterios, en conventos y en santuarios, para lograr los beneficios de jubileos, o bien encuentros en estos mismos lugares, compartiendo la oración, reflexión y experiencias propias, pero, al mismo tiempo, también puede ser turismo religioso, sin tener ninguna ubicación de lugar a la oración, contemplación, reunión y reflexión que se haga en cualquier parte, un intento de buscar caminos juntos, ante los interrogantes del mundo, a celebrar una fe u otras motivaciones religiosas. El turismo religioso comporta el cultivo de los valores del espíritu, de la búsqueda de la verdad, supone una apertura a Dios, una realización y un enriquecimiento personal, profundizando en los lazos comunitarios de la familia o del grupo, trabajando con todo lo que configura la dignidad humana y religiosa. Y esto puedes lograrlo en un hotel o en otro lugar que te guste a ti o al grupo. El objetivo del turismo religioso es retornar a la vida cotidiana interiormente enriquecido, fuerte, dispuesto para afrontar los problemas que todos tenemos. No es objetivo religioso el que califica el turismo religioso, sino la persona, sus valores tangibles y trascendentales.
Puede que tenga algunas finalidades: salir del mundo que el hombre crea, con la convicción de integración a un espacio sagrado y abrirse a la esperanza, al mejoramiento y a crear lazos sociales y comunitarios.
Es por todo ello que tener una visión del turismo religioso puede ser una gran oportunidad humana y religiosa. Teniendo en cuenta que la dimensión religiosa es una de las fuentes humanas más importantes del tiempo libre. El turismo religioso es, pues, una nueva experiencia vital para el hombre de hoy.
Itinerarios de cultura y religión
(Mª Leticia Sánchez Hernández– Conservadora de Patrimonio Nacional y licenciada en Teología) Mi primera experiencia del mal llamado “turismo religioso” fue en el año 2001. Unos amigos de una comunidad parroquial de Getafe deseaban realizar el itinerario espiritual de santa Teresa en Ávila, y me pidieron que me encargara de preparar un día completo en esa ciudad. Inmediatamente, me di cuenta de que no se trataba de una visita simplemente turística, sino de penetrar en la experiencia religiosa de esta mujer excepcional a través de la contemplación de imágenes diversas. El recorrido por la Casa Natal, la Iglesia de San Juan, la Encarnación, San José, el callejeo intramuros y el románico abulense, acompañado de la lectura de textos originales de la Santa y de la exposición de datos históricos, artísticos y teológicos, que ayudaran a dejarse envolver por todo este complejo de símbolos, hizo posible que todos los participantes en aquella miniperegrinación teresiana tuviéramos una honda experiencia religiosa. Posteriormente, la he repetido con otros grupos, incluso la última vez hicimos un pequeño recital musical con un iraquí, junto a la retrospectiva histórica de la celda de santa Teresa en la Encarnación.
Estas consideraciones me traen a la memoria una definición formulada por Paul Tillich, que nos ayuda a situar eso que llamamos “turismo religioso”. Dice el teólogo alemán: “La religión es la sustancia de la cultura; la cultura es la forma de la religión”. Entendemos por cultura todas las manifestaciones que expresan los sentimientos más profundos del ser humano: arte, música, danza, escritura y también costumbres, folklore, gastronomía. Por eso, en vez de “turismo religioso”, prefiero hablar de itinerarios de arte y fe, o itinerarios de arte y religión, o mejor, itinerarios de religión y cultura.
En efecto, a mi juicio, “turismo religioso” funciona a veces como reclamo de algunas agencias para captar clientes, y éstos aprovechan esas ofertas para viajar a lugares exóticos puestos de moda.
Este enfoque es el que he ofrecido siempre a mis alumnos cuando hemos hecho una salida fuera del aula. Les digo que, además de disfrutar, vamos a descubrir lo que empujó a nuestros antepasados -o a nuestros contemporáneos- a crear esta catedral o aquel retablo. Cabe preguntarse, ¿es imprescindible ser creyente para hacer este tipo de visitas? No necesariamente. Lo fundamental es tener la sensibilidad suficiente para poder captar el fondo religioso a través de la expresión cultural. Eso sí, los niveles de profundización serán siempre diversos. Sólo desde esta perspectiva penetraremos en el auténtico sentido del atardecer del Bósforo sobre la ciudad de las mil mezquitas -Estambul- oyendo al muecín llamando a la oración. Sólo así comprenderemos lo que Ramsés II trató de manifestar en los templos de Abu Simbel. Y sólo de esta manera nos quedaremos sobrecogidos ante el valle del silencio en León con la iglesia de Santiago de Peñalba en el horizonte.
Al dar cuenta de mi primer “turismo religioso”, lo he calificado como miniperegrinación, y es, precisamente, el complejo asunto de las peregrinaciones uno de los temas que hay que abordar para poder evaluarlo correctamente. La peregrinación -o el peregrinar- es una realidad que está presente en todas las religiones, hasta el punto de ser un elemento esencial en muchos momentos de sus historias: pensemos que el Éxodo no es otra cosa en el fondo que una inmensa peregrinación cargada de significado. Recordemos la obligación que tenía todo judío piadoso de peregrinar a Jerusalén. En el cristianismo, desde el comienzo, se sintió la necesidad de peregrinar a los Santos Lugares y enseguida a Roma y a Santiago. Pues bien, a partir de estos datos, podemos ver cómo la peregrinación en su esencia es un “turismo religioso” de hondo calado. Turismo porque es movimiento, viaje; y de hondo calado religioso porque constituye un viaje iniciático que conduce al peregrino a la conversión y al encuentro personal con Dios.
¿Qué ha pasado históricamente? ¿Por qué para muchos la peregrinación evoca un viaje “piadoso” de devoción, más que dudosa, a la búsqueda de milagros o de otras expresiones religiosas superficiales, cuando no vacías, e incluso supersticiosas? Probablemente, porque la peregrinación ha perdido la sustancia religiosa quedándose, en el mejor de los casos, en su envoltorio formal cultural. Por eso, yo apoyo la recuperación en muchas comunidades de la peregrinación correctamente entendida (y de esto es un claro ejemplo el Camino de Santiago, con innumerables testimonios abrumadores de muchos replanteamientos existenciales), porque creo que pueden ser el mejor antídoto contra ese “turismo religioso” descafeinado al que me he referido desde el principio.