JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
En 1966 la Cuaresma empezaba algo más tarde que la de 2016. A finales de febrero, la redacción de Vida Nueva ayunaba para conseguir un “tiempo de pausa repleta, de meditación a lo hondo”. Las páginas de la revista pretendían ser un maná para lectores ávidos de experiencia de Pascua.
De las páginas interiores del nº 511 emergía un titular: “La nueva legislación sobre abstinencia no incluye los huevos entre los alimentos prohibidos”. Pero se había promulgado una constitución apostólica sobre la disciplina penitencial que, aparte de citar los alimentos prohibidos y permitidos, otorgaba permiso a las conferencias episcopales para “sustituir total o parcialmente la abstinencia y el ayuno por otras formas de penitencia, especialmente obras de caridad y ejercicios de piedad”.
El director de una revista familiar cristiana, que aún no había dado el salto definitivo hacia la especialización en la información religiosa, no comentó la implicación que esta disposición tendría a nivel eclesial. Impregnado del hálito del Concilio, José María Pérez Lozano acudió directamente a las consecuencias prácticas de la noticia. Y prefirió hablar del ayuno, advirtiendo sobre la tentación del dinero y el confort, del poder, de la eficacia social y apostólica, y de la postrera tentación. Disposiciones que tocan la conciencia del cristiano para afrontar un ayuno hoy, a cambio de un mañana mejor.
En el nº 2.977 de Vida Nueva