(José Ignacio López– Periodista argentino del diario La Nación) El acontecimiento de Aparecida está por cumplir un año, y poco se duda que tanto su texto, el Documento de la V Conferencia, como en especial su contexto, las deliberaciones y la experiencia vivida, superaron con holgura las expectativas abiertas por una preparación despareja en su entusiasmo y preparación. No son pocos los que ya han advertido que el vibrante llamado lanzado desde el santuario mariano brasileño, como el ambicioso programa que propone, constituyen una colosal tarea que podrá ocupar el flamante siglo.
No puede ser de otro modo, porque la puesta en ejecución de los lineamientos principales de Aparecida están en sintonía con el cambio de época que atravesamos. Cierto es que esa expresión no se encontrará así acuñada en el Documento. Pero reafirmar que la realidad humana ha de examinarse desde nuestra condición creyente, sumado al audaz impulso brindado al discipulado misionero y a la reafirmación de la opción por los pobres, parecen expresar una clara voluntad de contribuir a la gestación de un nuevo tiempo.
El mundo, también la Iglesia, está sacudido por una fenomenal transición, y a lo que se convoca es a una transformación acorde con una nueva época, con otra civilización. Una transformación humana a todos los niveles. Por eso, se trata de evangelizar a través de la acción social, y el impulso al discipulado misionero comporta un cambio radical de estructuras y de liderazgos. Evangelizar una nueva época que se intuye, contribuir a ese parto, es también enterrar formas, modas y estructuras caducas. A un año del acontecimiento esto es lo que comienza a ponerse a prueba en el post-Aparecida.