Un esfuerzo tozudo

Un esfuerzo tozudo

diego-tolsada-smallDIEGO TOLSADA | Sacerdote marianista

“La comunidad católica de Madrid necesita sanación, mucha sanación. Y el primer cuidado es la reconstrucción de la comunidad…”

El relevo en la sede episcopal de Madrid puede suponer el comienzo de una nueva etapa para esta comunidad cristiana. Hace unos días, en esta página (VN, nº 2.906), Juan María Laboa esbozaba cómo tendría que ser, según él, el nuevo obispo.

Eran las suyas palabras exigentes, valientes. Lo mismo hacía Francisco Muro en el número siguiente. Y tenían que serlo, pues la Diócesis de Madrid ha sido caja de resonancia de los aciertos y dificultades que se derivaron del Concilio. La diócesis atravesó la primavera conciliar de la mano del cardenal Tarancón. Cuando los vientos soplaron del este, Madrid siguió siendo campo especial de la aplicación de las nuevas tendencias, lideradas desde 1983 (¡es mucho tiempo!) por monseñor Suquía y el nuncio Tagliaferri, y luego por monseñor Rouco.

Lo que al cabo de este tiempo queda es una comunidad herida, muy herida. En ella se han vivido con virulencia y se han manifestado públicamente las tensiones de la Iglesia española, hasta poderse hablar de un cisma tácito, pero real.

Y no ha sido una tensión equilibrada. Desde 1983 se favoreció con toda claridad la forma de entender y vivir la fe y la recepción del Concilio según el plan liderado por el cardenal Ratzinger y Juan Pablo II, en detrimento de otras líneas. Implacablemente, se pusieron al servicio de ella todos los recursos diocesanos: cargos y nombramientos, reorientación de la formación de los futuros sacerdotes, apoyo a determinadas asociaciones e instituciones, medios de comunicación…

La otra tendencia, tan legítima o más, pues tenía a su favor el espíritu y la mayor parte de la letra del Vaticano II, fue no solo ignorada, sino sistemáticamente excluida, de modo que, en opinión de muchos creyentes, los últimos pastores de Madrid lo han sido de una parte de la comunidad y no de toda ella. Y sin embargo, esa parte excluida, hoy tal vez minoritaria, ha seguido y sigue ahí, incluso a pesar de sus errores y lagunas, fiel en pleno invierno eclesial. La comunidad católica de Madrid necesita sanación, mucha sanación. Y el primer cuidado es la reconstrucción de la comunidad.

Una mirada realista comienza por reconocer la enfermedad, aunque no es fácil aceptar las limitaciones de la línea de estos últimos años e, incluso, su fracaso, pues la pretendida “terapia posconciliar” no ha dado los frutos esperados (la Iglesia no es más evangélica ni la sociedad ha sido cristianizada, a pesar de las nuevas evangelizaciones emprendidas).

Además, tampoco la reconstrucción de la comunidad puede venir de un solo individuo, en este caso monseñor Osoro. Tendrá que ser una tarea de todos, lo que supone que todos tendremos que darle más importancia al posible futuro de una comunidad verdadera de fe que a nuestros propios planteamientos. ¿Qué precio –pues de precio es preciso hablar– toca pagar a cada miembro de la comunidad? ¿Y a cuál está dispuesto?

Y va a requerir mucho tiempo. Sería una ingenuidad creer que la llegada de un nuevo pastor va a producir un efecto inmediato. La realidad es tozuda. Por eso también tiene que ser tozudo el esfuerzo para que la comunidad católica de Madrid pueda ser “un espacio de paz, fraternidad, acogida, servicio y humildad” (Laboa), es decir, una comunidad de seguidores de Jesús sin más.

En el nº 2.908 de Vida Nueva

 

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