MARÍA-PAZ LÓPEZ, periodista de La Vanguardia, excorresponsal en Roma |
Tres encargos bien diagnosticados deja Benedicto XVI a quien gobierne tras él la barca de Pedro, tres cuestiones que le han ensombrecido el alma en sus casi ocho años de pontificado. Dos son fenómenos externos que afectan a la Iglesia católica, y el tercero está enrocado en su gobierno central, en la Curia romana que tantos disgustos ha dado al Papa, hasta el punto, quizás, de impulsarle a irse.
Uno: ahí afuera, en países occidentales de antigua tradición cristiana, la fe se va evaporando. Joseph Ratzinger ha dedicado grandes energías a bregar con la secularización y el relativismo a través de la nueva evangelización, vasto plan de trabajo iniciado pero no concluido. Su sucesor deberá abundar en ese frente si no quiere que la Iglesia en Europa se vea confinada a los márgenes de la sociedad.
Viajar en julio a Río de Janeiro a la Jornada Mundial de la Juventud –cita que Benedicto XVI deja en agenda al futuro pontífice– formará parte de ese empeño transversal.
Dos: en naciones de mayoría musulmana crece la radicalización político-religiosa. Las primaveras árabes no han traído tanta libertad como prometían, y el cristianismo en esas tierras mengua y corre el riesgo de desaparecer, pues los fieles emigran, huyen si la persecución es cruenta, o caen asesinados.
Benedicto XVI ha alzado su voz contra ese acoso, y ha activado todos los mecanismos diplomáticos de la Secretaría de Estado, pero el diálogo interreligioso ha quedado algo arrinconado. En un mundo global, con flujo constante de información y espacio sobrado para “discursos del odio”, su sucesor deberá extremar la cautela.
La reforma de la Curia romana,
pendiente desde los tiempos de Juan Pablo II,
se presenta más urgente que nunca,
para dejar de percibir el Vaticano como un lugar
donde la corrupción encuentra acomodo.
Al tiempo, le tocará corregir dinámicas internas, en buena parte responsables de lamentables sucesos, como los casos de pederastia cometidos por sacerdotes, las intrigas palaciegas de los Vatileaks o las torpezas de trato con mujeres, homosexuales y fieles de otras religiones, que configuran también el recuerdo que quedará del pontificado de Benedicto XVI.
Ahí radica el tercer encargo, quizá el más doloroso. La reforma de la Curia romana, pendiente desde los tiempos de Juan Pablo II, se presenta más urgente que nunca, para que creyentes y no creyentes dejen de percibir el Vaticano como un lugar donde la corrupción encuentra acomodo.
En el nº 2.839 de Vida Nueva.