(Amadeo Rodríguez Magro-Obispo de Plasencia) En ocasiones constituye un alivio encontrarse con noticias esenciales en medio de tantas de carácter más accidental y secundario. Aunque sea poco mediática, en mi opinión la noticia eclesial de actualidad es la próxima presentación de un catecismo para la iniciación cristiana que lleva por título Jesús es el Señor. Por lo que significa para la vida de la Iglesia, es necesario dar la bienvenida a un instrumento que, bien utilizado, va a fundamentar y consolidar la fe de los católicos.
Seguramente muchos lectores considerarán exagerado lo que digo y se preguntarán por qué darle tanta importancia a un libro. También podrán decir que el catecismo no anda sobrado de aprecio, pues muchos tienen en la mente a los venerables de Astete y Ripalda, que eran sólidos e hicieron un gran servicio en la formación de los cristianos, pero, por el uso prolongado y su vetusto origen, perdieron poco a poco fama y prestigio. A estas razonables objeciones hay que responder que ya es hora de que el catecismo recupere el puesto que siempre tuvo, con un formato y otro, a lo largo de la historia del cristianismo.
El catecismo es valioso porque le da contenido a la catequesis y se pone al servicio de los catequistas. Los catecismos recogen, en efecto, de un modo sintético e íntegro, todas las dimensiones de la fe: lo que la Iglesia cree, celebra, vive y ora. Con una presentación atractiva en su forma y un contenido fiel a Dios y también al destinatario en sus circunstancias, los catecismos, como documentos de la fe, ofrecen el mensaje que en la catequesis se acoge en el corazón, se grava en la memoria y se aprende a expresar en un lenguaje común. El catecismo es el instrumento que guía y centra la educación cristiana tanto en la familia como en nuestras parroquias y comunidades.