JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Hacía falta un Papa príncipe cuando se reconstruía Europa. Pío XII ofreció su voz en aquellos años de restauración. Había que abrazar al mundo y hablarle al corazón, y la Iglesia optó por Juan XXIII, que se metió al mundo en el bolsillo hablándole cara a cara, como un párroco en la esquina de la plaza.
Se buscó a alguien que hablara con los intelectuales, apoyando un humanismo cristiano que diera alma a un mundo tecnificado. Y encontró a Pablo VI.
Pasó el tiempo, el mundo cambiaba y, tras un efímero pontificado de un hombre sonriente y bueno, Juan Pablo I, los cardenales buscaron a un hombre de fe recia, forjado en la persecución y que llevara el ministerio petrino con fuerza arrolladora y con una clara geopolítica. Juan Pablo II viajó por el mundo con un mensaje de esperanza y trazó el futuro de forma clara e inequívoca, con mano fuerte y brazo extendido.
El miedo a la pérdida de significatividad de la fe en un ambiente relativista, hizo que saliera elegido Benedicto XVI.
Ha llegado el momento de un Papa monje, que conduzca a la Iglesia al desierto, para que el Señor la purifique, la renueve y le devuelva su primitiva hermosura. Algo que ya ha comenzado.
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- LA CRÓNICA DEL DIRECTOR: Toca limpiar los sótanos del Vaticano, por Juan Rubio
En el nº 2.803 de Vida Nueva.