Una catequesis especial para niños especiales

Comunión-discapacidad-menta(Tomás Boyano Sanz– Padre de un niño con discapacidad psíquica) Resulta muy duro el impacto que reciben unos padres cuando se enfrentan al hecho cierto y confirmado de un diagnóstico relacionado con la discapacidad psíquica de un hijo. De una manera acelerada, se van derrumbando los proyectos que habían sido milimétricamente diseñados, las expectativas forjadas en su propia experiencia o sustentadas en reflejos de su entorno. Esos padres y madres emprenden un nuevo viaje debatiéndose en un mar embravecido de sentimientos encontrados para, de manera gradual, ir adaptándose a la nueva realidad, cada uno utilizando sus propias herramientas.

Tomás-Boyano-SanzExisten muchos grados y afecciones dentro de la discapacidad psíquica, así como existen también padres y madres que van diseñando su nueva trayectoria vital con velocidades distintas, e incluso distantes. Las situaciones cotidianas, la realidad adaptada a la “normalidad”, van dificultando y minando sistemáticamente su capacidad de enfrentarse a aspectos catalogados como “rutinarios”. Situarse al margen de los parámetros cincelados en escenarios generalistas promueve el aislamiento ambiental de la familia, permite y alienta su permanente autoconvencimiento de sentirse socialmente escorada. Y esa situación se torna mucho más dramática cuando los padres han decidido transmitir a sus hijos discapacitados unos valores cristianos, ésos que para ellos les son propios y a los que se han ido aferrando en tantas ocasiones. Esas familias, que ya han ido conformando su devenir evitando o mitigando las posibilidades de contacto externo, son conocedoras de que la experiencia cristiana, para ser plena, para que tenga un sentido trascendente, ha de ser vivida en comunidad. Ése es su gran drama y, precisamente, su mayor dificultad.

Por ello, la comunidad parroquial tiene que estar preparada, vivir con plenitud  la acogida de las personas con discapacidad psíquica. Porque lo contrario es proponer a las familias el mantenerse en su vivencia apartada, el continuar con un proceso aislado y devastador, donde se perdería definitivamente su referente comunitario. Y, como efecto colateral añadido, esa falta de perspectiva motiva al entorno próximo de la familia a instalarse y reafirmarse en posturas incrédulas, cimentando argumentos a favor de un mayor distanciamiento respecto de la experiencia parroquial.

Defiendo los beneficios de una catequesis adaptada a personas con discapacidad psíquica. Primero, porque aporta a las personas “normales” una mayor perspectiva no sólo de su realidad social, sino también de su compromiso cristiano hacia el que sufre, ayudando al que lo necesita. Es un valor evangélico que se transmite en la catequesis y que ha de ser aprendido y valorado mediante la experiencia e interrelación con estos prójimos. En segundo lugar, porque las personas con discapacidad psíquica son portadoras de unos valores cristianos que han de ser desplegados en su comunidad parroquial. La humildad, la generosidad, la ternura o la sinceridad le son propios, y su entorno eclesial ha de beneficiarse de esta experiencia.

Y en tercer lugar, porque estas personas con discapacidad psíquica hacen suyos los mandatos evangélicos de amor, perdón, verdad, de una manera tan fuerte y radical, que son capaces de llegar a transformar sus propios y próximos ambientes. Tal es su fuerza de convicción, tal es su testimonio.

Estoy convencido de que nuestros hijos especiales lo dan todo a cambio de un esfuerzo por comprenderlos. Adaptar los textos actuales del catecismo, en función de sus potencialidades y de manera personalizada, mediante sencillos pictogramas. Integrarlos de manera gradual y programada entre sus iguales, de forma que vayan compartiendo gestos, lenguajes y actitudes. Proponerles actividades con diferentes tipos de materiales y de contenidos que les permitan atisbar el maravilloso mensaje de Jesús de Nazaret, es un trabajo que puede ser emprendido por la comunidad parroquial, para, a continuación, amplificarlo en el seno de su propia familia.

Como miembro de mi comunidad parroquial y como padre de un niño con discapacidad psíquica, soy partidario de vivir esta experiencia. Porque la necesito como cristiano comprometido.

En el nº 2.680 de Vida Nueva.

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