Una energía sin futuro

Jesús Sánchez Camacho, profesor CES Don BoscoJESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco

El nº 443/444 de Vida Nueva ilustra a los lectores con una reproducción de la primera central nuclear española. A orillas del Tajo, se empezaba a construir en una factoría destinada a producir electricidad. Mientras en Zorita (Guadalajara) se iniciaba la instalación del reactor, Manuel Calvo Hernando firmaba una pieza informativa en la que resumía su origen y proceso, valorándolo así: “Nuestra Patria se incorpora definitivamente al uso pacífico de la energía nuclear, en forma activa y a escala industrial”.

En septiembre de 1964 ya se había celebrado en Ginebra la III Conferencia Mundial de Usos Pacíficos de la Energía Nuclear. España quería colaborar con la Entidad Atómica Internacional, uniéndose a los países que fabricaban y desarrollaban sus propios reactores. Entre tanto, la central de Zorita y la futura central de Santa María de Garoña (Burgos) contarían con reactores adquiridos en el extranjero.

“Esta incorporación de las centrales nucleares al abastecimiento energético español puede representar un ahorro que será considerablemente mayor en los años siguientes”, sentenciaba el cronista. Hoy, las centrales de Burgos, Zorita y Vandellós I (Tarragona) están desconectadas. Tras diferentes incidentes nucleares, ya son solo siete los reactores que siguen en funcionamiento, representando alrededor del 20% de la electricidad producida en el país.

Si la aparición de la energía nuclear en España se dibujó como un rotundo éxito, el tratamiento de los residuos, las probabilidades de accidentes o las amenazas terroristas convierten hoy el paisaje nuclear en un esperpento vulnerable. La antítesis la encontramos en las energías renovables, que ya aportan más del 30% de la electricidad a nuestro país. El informe de Greenpeace Un sistema energético basado en inteligencia, eficiencia y renovables 100%, demuestra que un sistema eléctrico basado en renovables es económicamente viable en España.

Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es un desafío para la inteligencia del siglo XXI. Esto no solo significa velar por nuestra seguridad; es una entrega de armas, para dejar de atentar contra la casa común.

En el nº 2.951 de Vida Nueva

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