JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista y profesor CES Don Bosco
Dice un proverbio que “el hombre chino ha nacido con la pipa en la boca y el humo de la planta de los placeres en los pulmones”. Mucho se ha escrito del uso del opio en China desde que se empezó a producir en el siglo XV. Según algunos, desde 1932 se ha empleado como “arma de guerra”. Raymond Lester arrojaba esta conjetura en un reportaje el 21 de mayo de 1966 (VN, nº 523), narrando que “las guerrillas comunistas intentaban apoderarse de las riendas del Gobierno”, repartiendo “grandes cantidades de opio entre las gentes adictas al régimen”.
El artículo revelaba cómo la policía neoyorquina había descubierto la introducción de opio y heroína en barcos procedentes del continente asiático. Todas las miradas se dirigían a la China Roja, considerada como “la gran fábrica de producción” de donde provenía el 85% de las drogas de EE.UU. La lectura de algunos analistas coincidía en que dicho país tenía como objetivo adormecer a los estados pertenecientes a un régimen contrario a su ideología.
No sabemos cuánto hay de verdad en esta hipótesis; sí, las terribles consecuencias del consumo de drogas. La Asamblea de Naciones Unidas ha debatido si la legalización de ciertas drogas podría evitar el narcotráfico. Sin embargo, organizaciones como la OMS han demostrado cómo el consumo de drogas altera el sistema nervioso central, cuyos efectos llegan a ser, incluso, más trágicos que el mero adormecimiento.
En el nº 2.989 de Vida Nueva