Una Pascua que recupera la fuerza del gesto

papa Francisco lava los pies a jóvenes en Casal del Marmo Jueves Santo 2013

papa Francisco lava los pies a jóvenes en Casal del Marmo Jueves Santo 2013

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Celebré la Eucaristía de Pascua muy de mañana. Buena hora para celebrar un misterio de luz tan temprana. Escribo esto en el corazón de la Octava, el Día de la Vida que se alarga desafiante con el tiempo, durante una semana entera. “¡Alegre la mañana que nos habla de ti!”.

Lo hice con un buen amigo y con unos cuarenta ancianos y ancianas en una residencia para asistidos. Y vimos cómo su mano resucitada acercaba el fuego a la tierra sombría, cómo los rostros se alegraban al ver asomar su presencia joven, cómo en sus corazones estaba la suave certeza de que el sepulcro está vacío. El himno de estos días es excelso.

Fue una experiencia pascual honda, refrescante y muy significativa. Justo cuando la Iglesia entera renueva el Misterio de la Vida, yo celebraba la Pascua con gentes a las que se les va la vida por entre las manos. Vidas intensamente vividas, amasadas con luchas y dolores. A muchos los conocía desde hace años, pero no los reconocía en la decrepitud. Justo cuando la Iglesia celebra la explosión de la vida infinita, ellos parecían alejarse ya con la barca muy adentrada en alta mar.

Había en sus miradas y en sus gestos una alegría desbordante, un gozo inexplicable, como si atisbaran la luz de la Verdad. Vivir la Pascua junto a esta decrepitud física es una experiencia gratificante. Doblados, pero no hundidos; aminorados en la rapidez mental, pero veloces en el gesto de los sentidos. No respondían a las partes litúrgicas, pero acariciaban tus manos cuando te acercabas a darles la comunión. Y no sabían si abrir la boca o besarte las manos. Eran puro agradecimiento.

Justo en esos días veíamos
la primera Pascua del papa Francisco,
tan austero en la liturgia,
desafiando humildemente el boato que ahoga
la exuberancia de un Misterio
que es más vida que museo.

Pascua en la finitud que busca plenitud. Pascua en cuerpos ajados por la edad, prontos para el encuentro. Pascua en las sonrisas, pasado ya el tiempo, cuando las manecillas del reloj tienen un ritmo distinto y la barca se detiene, balanceándose, para alcanzar la orilla en donde esperan las brasas del Crucificado que vive.

Justo en esos días veíamos la primera Pascua del papa Francisco, tan austero en la liturgia, sin los barrocos escenarios de las cortes decimonónicas, desafiando humildemente el boato que ahoga la exuberancia de un Misterio que es más vida que museo. Hemos visto gestos sencillos, desafiantes con el oropel.

Hemos visto asomando la verdadera reforma litúrgica del Vaticano II. Hemos visto cómo se le devolvía a la Iglesia la fuerza del símbolo, más metido en la vida y en los sentidos que en los manuales académicos. El Vaticano iba pasando de Corte a Parroquia.

El gesto desbordante es capaz de hacer que salten las acequias en donde hemos metido el Misterio, abrochándolo con oropeles de ajuares bizantinos, con lenguas tan muertas que solo Dios las entenderá, sacando del baúl y del museo lo que solo allí tiene que estar. Presencia de la Vida que acaricia, como el viento, una Iglesia vieja y sabia que se niega a perder la credibilidad que se iba desmoronando.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.842 de Vida Nueva.

LEA TAMBIÉN:

Compartir