(Juan José Sánchez– Teólogo) Pocas veces un político ha suscitado expectativas de cambio, novedad y esperanza tan altas como el nuevo presidente de EE.UU., Barack Obama. Quizá demasiado altas, como si de un mesías se tratara… Pero la cruda realidad se ha encargado de rebajarlas al nivel de lo sencillamente humano. Con todo, su discurso inaugural anuncia sin duda el inicio de una política distinta, que pretende abrir el camino a una nueva era. Merece que lo recorramos atentamente.
Digamos, ante todo, que el mensaje es él mismo. El propio Obama, el primer presidente negro, es el rostro de la novedad, el cumplimiento de aquel sueño profundamente humano por el que suspiraron y lucharon muchos, sin verlo realidad: la “promesa hecha por Dios de que todos somos iguales”, como lo evoca con orgullo en su discurso.
Suena extraño, sobre todo a nuestros oídos europeos ilustrados y laicos, las frecuentes referencias a Dios y a la religión en boca de este presidente joven, moderno y pragmático. Muchos lo verán normal: es la religión civil de “la democracia en América”, que ya señalara Tocqueville. Muchos otros, especialmente creyentes, se alegrarán con ellas, y los más conservadores las considerarán valientes y ejemplares… Pero lo importante no son las palabras, sino el sentido que expresan. Y ése viene definido por las políticas reales que quieren inspirar y promover.
Y ahí, justamente, está la diferencia, la novedad y la promesa del mensaje de este discurso frente a la vieja política ultraliberal y agresiva de la contrarrevolución neoconservadora que hemos sufrido en los últimos años.
Obama reivindica con energía los grandes valores e ideales de los ‘Padres Fundadores’: la libertad y la igualdad, el imperio de la ley y los derechos humanos, el trabajo y la honradez, la solidaridad y la paz. Esos valores son los que constituyen “la grandeza” de esa nación, no la seguridad y el poder a cualquier precio. Y esto sí puede alegrarnos con verdad, sin torcidos intereses apologéticos: que la invocación de Dios sea inspiradora de los mejores valores de la humanidad.
Pero lo decisivo es que esos valores se traduzcan en prácticas políticas que los hagan realidad. Y ello es, tal vez, lo mejor, lo más prometedor del discurso inaugural del nuevo presidente.
Comenzando con la identificación de los grandes problemas y desafíos a los que él mismo, y sus conciudadanos con él, se ven enfrentados: la crisis de la economía (“consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos”), que está generando paro, cierre de empresas, pobreza, desamparo y sufrimiento; la “red de violencia y odio” que acosa a su país; su excesivamente caro sistema de sanidad; sus deficientes escuelas y el derroche de energía que pone seriamente “en peligro el planeta”…
Y se confirma en las políticas reales que propone para enfrentar esos desafíos: fundar la economía sobre sus valores originales, el trabajo y la honradez, el control democrático del mercado, la responsabilidad y la transparencia, la solidaridad (“la prosperidad de un país no puede durar si sólo favorece a los que ya son prósperos”, “no podemos ser indiferentes ante el sufrimiento”, “países pobres: estaremos a vuestro lado”); el desarrollo de la ciencia y el cuidado de la tierra (“hacer retroceder el espectro del calentamiento del planeta, consumo limitado, promoción de energías renovables”); una nueva política internacional basada en la justicia (“nuestra seguridad nace de la justicia de nuestra causa”), los derechos humanos (fin de la tortura), la diversidad (“nuestra herencia multicolor es una ventaja, no una debilidad”), y el diálogo y la paz (“somos amigos de todas las naciones… que buscan paz y dignidad”, nuevo camino de diálogo con “el mundo musulmán”).
Interrogantes abiertos
Quedan, sin duda, interrogantes abiertos. El capitalismo y el poder no son cuestionados (“seguimos siendo el país más poderoso de la tierra”) y el Dios invocado no es, desde luego, el del Crucificado… Con todo, este discurso inaugural tiene connotaciones mesiánicas. Y no precisamente por las comentadas referencias religiosas, sino por su decidida defensa de los grandes valores que dieron nacimiento a esa gran nación, valores que, aunque echen sus raíces en las grandes tradiciones religiosas, brotaron también en la cultura laica y hoy son ya patrimonio de la humanidad. Son esos valores “el horizonte” al que el nuevo presidente invita a mirar a creyentes (“hinduismo, judaísmo, cristianismo e Islam”) y “no creyentes”: el horizonte de una nueva era de humanidad y de paz.
En el nº 2.646 de Vida Nueva.