(José Luis Corzo– Profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid) Por si la alaban más fuera que dentro, quiero dejar aquí memoria de la religiosa escolapia Rosa Blanco, fallecida el 29 de abril, a las puertas de mayo, a sus 81 bien cumplidos. El Ministerio de Asuntos Sociales le envió una corona, y lágrimas furtivas, también laicas, la despedían sin consuelo. ¡Qué mujer! ¡Hizo tanto por la educación en Orcasitas! Hoy, un barrio normal del gran Madrid, pero un suburbio de casas malas y obreros en precario cuando ella empezó y se despojó de su rango de escuela confesional y religiosa y tiró de todos los recursos de la escuela pública. Ganó su plaza y sin quitarse nunca los hábitos, de sablazo en sablazo, como una pedigüeña, reclamó lo mejor del erario público para los pobres. Más que pedir, daba y devolvía lo suyo a los últimos; su objetivo. La caridad es la justicia en el límite.
Ya más que jubilada, seguía trabajando y alentaba una forma de escuela inmejorable, que en España se ha despreciado: la repesca de los fracasados, a base de jóvenes voluntarios vespertinos. La madre Rosa ni le cambió el nombre: doposcuola, como dicen en Italia desde el 68. En Navidad me reclamó en uno de esos locales, casi sórdidos, en lo peor del barrio. Con algunos universitarios ayudaba a los chavales a no fracasar en la escuela de todos, pero había que motivarlos. Ella, sin un mohín, escuchó mi clase: ojo, la motivación mala se apoya en el egoísmo de ser alguien el día de mañana; la buena, en la lucha social para defender a los últimos. Y es que la escuela es un arma; de vencedores o de vencidos. A elegir. Pintarla de ideología y hasta de fe no es más que marear la perdiz.
Por eso a los buenos cristianos les importa tanto la escuela de los pobres; aquí en España suele serlo la pública, por desgracia.