¡Urge atreverse!

ANA ALEMANY (CORREO ELECTRÓNICO) | Coincido con las tesis de Pablo d’Ors expuestas en su artículo ¿Habrá en la Iglesia alguien que se atreva? (nº 2.497) porque muestra la realidad que se vive en ese mundo nuestro, el que pisamos cada día, y no en el otro que se encuentra flotando a medio metro del suelo. La evolución afecta también al lenguaje, a las costumbres y al modo de ver y entender las cosas. Se dice muchas veces que un fundador fue alguien que tuvo una visión extraordinaria en su momento, pero que sus seguidores, tomando sus ideas al pie de la letra, han sido incapaces de adaptarlas al devenir del tiempo.

En el siglo XXI, la figura de Jesús sigue siendo extraordinariamente vigente y atractiva, pero las normas religiosas establecidas por sus seguidores quedaron ancladas en el pasado y se apartan tanto del original que lo hacen casi irreconocible. Jesús fue rompedor con muchas tradiciones del pueblo judío. Y ahora resulta que en lugar de continuar en esta línea, nos mantenemos atados a unos cánones y costumbres que ya no tienen razón de ser. Eso ha llevado a que los sacramentos, como comenta d’Ors, hayan perdido su auténtico valor para una gran mayoría de personas: muchos jóvenes se casan por la Iglesia porque darían un disgusto a sus padres (pero el sacramento no les importa en absoluto); muchos niños hacen la Primera Comunión porque quieren fiesta y regalos (¿qué significa para ellos la Eucaristía?).

¿Y qué decir de nuestro leguaje religioso? Aunque se insiste en que hay que cambiarlo, se sigue mirando hacia otro lado. Valga como ejemplo la palabra “pastoral”. Referente a la Pastoral Universitaria, hace ya años que un alumno –católico practicante– me dijo muy serio: “Cambiad ese nombre. ¡No queremos ser ovejas!”. Y pese a intentarlo, siempre ha habido voces en contra. Pero no nos corresponde a los adultos, sino a los jóvenes, el ser los protagonistas de este y de otros cambios. ¿Caemos en la cuenta de que se continúa “pastoreando” hoy en día no solo a los universitarios, sino también a las familias, a los enfermos, a los reclusos en centros penitenciarios, etc.?

Los de mi generación (la de los jóvenes del 68), cuando fuimos padres, tuvimos que cambiar nuestras estructuras mentales para poder comprender a nuestros hijos, pues lo que nos habían enseñado en casa ya no servía. El proceso fue difícil, sin embargo conseguimos una nueva forma de ver las cosas y aprendimos a caminar junto a ellos. Es como la metamorfosis de una oruga al transformarse en mariposa: se “disuelve” en el interior de la crisálida (¡seguro que duele!) para conseguir renacer en algo nuevo.

Es muy urgente que en la Iglesia haya quienes se atrevan a liderar metamorfosis, porque, como dice d’Ors, hacen falta esos “profetas que nos hagan entender que solo hay posible fidelidad al pasado desde la creatividad y la renovación”.

En el nº 2.961 de Vida Nueva

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