PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor
“No ha descubierto aún que Jesús es su verdadero tesoro y ha demostrado con su actitud que su tesoro está todavía en este mundo…”.
Lo que hizo que el joven vividor de la parábola del hijo pródigo volviera a la casa paterna fue la experiencia de vacío por la que pasó al encontrarse sin nada ni nadie, abandonado y arrojado a la miseria. Tuvo que experimentar la vanidad de este mundo para ponerse en camino hacia su hogar. Esta historia es emblemática porque esa es la condición del hombre que quiere acercarse a Dios: sin la experiencia del vacío, nunca regresaríamos al Padre.
La samaritana siente el vacío de su vida cuando conversa con Jesús. Zaqueo siente la necesidad de dar su dinero cuando se encuentra con Él. Los discípulos dejan sus redes y van tras sus huellas. Siempre es así: el vacío lleva a Dios y Dios lleva a vaciarse de todo lo que no es Él. No es complicado: a nadie le cuesta desprenderse de una bagatela cuando encuentra un tesoro. Si cuesta es que no lo hemos descubierto como tesoro.
El texto evangélico en que veo más patente todo esto es el del joven rico. Cuando, tras las conversación que mantienen, Jesús confronta a ese joven con el vacío (“Ve, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y luego ven y sígueme”), se produce el momento culminante del relato. El joven baja la mirada, no es capaz de dejarlo todo y, entristecido, se marcha.
¿Qué le ha pasado? El vacío de una vida sin lo que ahora posee le ha asustado. Ha sentido pánico ante su vacío y se ha acobardado. No ha descubierto aún que Jesús es su verdadero tesoro y ha demostrado con su actitud que su tesoro está todavía en este mundo.
Me pregunto si no es esta la última razón por la que tampoco nosotros somos auténticos cristianos.
En el nº 2.853 de Vida Nueva.