(José Ramón Navarro-Corresponsal religioso) Quien bautizó a Valencia como la “Milán española” –expresión de reciente factura pero que ha cobrado fortuna en los últimos meses, sobre todo a raíz del cardenalato para García-Gasco– resumía de forma rápida la complejidad y riqueza que encierra esta diócesis. Porque Valencia no es sólo la segunda diócesis de España en número de fieles y de sacerdotes (en ambos casos, por detrás de Madrid); ni siquiera –con 64 colegios diocesanos y una universidad católica– la principal institución educativa de la Comunitat, sino un territorio de contrastes y retos pastorales.
Pocas diócesis en Europa combinan como Valencia un importante núcleo urbano (la ciudad y su entorno alcanzan los dos millones de habitantes), con zonas eminentemente rurales donde un mismo sacerdote tiene que hacerse cargo de cuatro o cinco parroquias. Una diócesis a caballo entre dos provincias (Valencia y el norte de Alicante), entre los principales centros turísticos del Mediterráneo y el interior agrícola, o entre dos lenguas, el castellano y el valenciano, que conviven sin problemas, por más que de esta última todavía no se haya aprobado un misal oficial. Un problema más de orden político que pastoral, pues en el conflicto lingüístico imperante en la Comunitat, la posición de la Iglesia sería instrumentalizada hacia uno u otro lado.
Una realidad geográfica que se une a la fortaleza de algunas asociaciones laicales, como un movimiento juvenil (Juniors M.D.) que cada semana moviliza en torno a las parroquias a más de 14.000 niños y adolescentes, o la presencia de las nuevas realidades eclesiales, aunque sólo la del Camino Neocatecumenal sea significativa. A ello hay que unir las expectativas de un seminario que (aunque ahora en horas bajas) ha sido uno de los más importantes, y una religiosidad perfectamente intrincada, y aceptada, en la vida civil y social, que hacen de Valencia una de las diócesis con más potencialidad de Europa. Y parecen abocarla a convertirse en modélica o a tornarse en ingobernable y caótica. Una importancia que no viene de nuevo, por más que su reciente ascenso a sede cardenalicia la haga evidente.
Valencia siempre ha sido vivero de obispos. Aún ahora, cuando la tendencia parece frenada en seco –según dicen, por el veto de un miembro de la Congregación para los Obispos– y los candidatos al Episcopado provienen en su mayoría del centro de España, todavía 14 obispos en activo han nacido en la diócesis. Muchos criticaron esta profusión, quizás desconociendo el peso específico de la diócesis, o que su clero siempre haya sido uno de los mejor formados. O que la colonia valenciana en Roma sea la más numerosa de España, tanto, que hasta hay un vicario episcopal para los sacerdotes residentes en la Ciudad Eterna. O que la complejidad de la diócesis requiera varios obispos auxiliares que más tarde son promovidos a residenciales. O, en definitiva, que los candidatos a obispos los acaban proponiendo los propios obispos.
Relevancia histórica
Una importancia que incluso se remonta a la historia. Pocas diócesis fuera de Italia han sido cuna de dos Papas, o cuentan con dos arzobispos santos.
Una historia a la que se sumará la herencia de estos últimos quince años en que Agustín García-Gasco ha regido la diócesis. Con luces tan deslumbrantes como la creación de la Universidad Católica de Valencia (UCV), la consolidación de los colegios diocesanos o los satisfactorios resultados de la visita del Papa en el V Encuentro Mundial de las Familias (julio 2006). Entre las sombras, un clero inmerso en el desencanto, encerrado en sus parroquias y con pocas ganas de proyectos diocesanos. O la convulsión que supuso la dimisión de un obispo auxiliar por discrepancias con el arzobispo, y la sorpresa de cómo llegaba a la Vicaría de Pastoral un sacerdote –que como mayor currículo pastoral acreditaba pertenecer, sin ocupación específica, al entorno más cercano del arzobispo– con la misma facilidad con que luego era defenestrado por los que le habían encumbrado. Un entorno tan influyente que uno de los obispos valencianos llegó a decir en privado, que en Valencia sólo con quitar a una persona de su cargo, el nuevo arzobispo se ganaba a todo el clero.
O claroscuros, como las buenas relaciones con el Gobierno autonómico, que han permitido logros como la restauración de buena parte del patrimonio gracias a la Fundación de La Luz de las Imágenes, o el empujón a la UCV, pero que condicionó críticas sotto voce cuando Zaplana era el primer gobernante en aprobar un registro de parejas de hecho, o cuando Camps presume que Valencia es puntera en experimentación con embriones.
Una situación que exige –inminente ya el relevo de García-Gasco, que acaba de cumplir los 77 años– que Roma acierte con el nuevo arzobispo. Para que se gane al clero, refuerce a los laicos y gobierne para que la diócesis de Valencia se convierta en modelo.