(Vida Nueva) Tras la visita de Benedicto XVI a Tierra Santa y sus encuentros con los distintos líderes religiosos, ¿se ha abierto una nueva etapa en el diálogo judeo-cristiano? El deseo es común, pero no todos tienen las mismas impresiones de los verdaderos frutos de este viaje. Mario Javier Saban, investigador de los orígenes judíos del cristianismo y Pedro Langa Aguilar, O.S.A. nos ofrecen su punto de vista sobre este tema.
Positivo, pero con un sabor semiamargo
(Mario Javier Saban– Investigador de los orígenes judíos del cristianismo) Este artículo supone para mí todo un desafío. Mi nombre es Mario Javier Saban, judío sefardí, descendiente de los hebreos expulsados hace más de cinco siglos por los Reyes Católicos. Soy, además, estudioso (hace más de 15 años) de los orígenes judíos del cristianismo. Es importante que el lector sepa la biografía de quien esto escribe para entender mi perspectiva.
El pueblo de Israel sufrió una larga historia de antijudaísmo cristiano; quizás todo comenzó cuando en el 180 Melitón de Sardes, obispo del Asia Menor, dijo que los judíos asesinamos a Dios. Desde entonces hasta el Holocausto, el pueblo judío sufrió toda serie de atrocidades en los reinos cristianos en Europa.
Sin embargo, por otra parte, Jesús nació, vivió y murió como judío, y jamás pensó en fundar una nueva religión separada de Israel. El cristianismo es, pues, producto de una revolución mesiánica de un grupo de judíos del siglo I. El judío Simón Bar Yona fue san Pedro; el judío Shaul de Tarso fue san Pablo; el judío Mordejai, san Marcos; el judío Leví ben Alfeo, san Mateo; y así podríamos seguir indefinidamente.
Tenemos, pues, varios puntos de partida para analizar la visita del papa Benedicto XVI a Tierra Santa:
1. El Papa representa a la Iglesia católica, una de las ramas más importantes del cristianismo. Si el cristianismo tiene su origen en un judío como fue Jesús, la unión del judaísmo y del cristianismo debería ser espiritualmente profunda.
2. Existe una historia lamentable de dos mil años de incomprensión por parte cristiana, de no entender que el judaísmo no acepta a Jesús como el Mesías de Israel.
3. Algunos historiadores entienden que la Shoá a manos de los nazis no fue fruto de una ideología pagana anticristiana, sino que este abominable genocidio tiene sus raíces en el odio que la Iglesia sembró en Europa contra el judío como asesino de Cristo.
Entonces, ¿cómo podemos ver los judíos al Papa?
- ¿Como representante de una Iglesia antijudía que recién con el Concilio Vaticano II cambio su posición frente al judaísmo?
- ¿O como la legítima heredera de un grupo de judíos mesiánicos profundamente judíos que siguen las enseñanzas de un rabino judío llamado Jesús de Nazaret?
Aquí los judíos estamos confundidos. No sabemos si debemos ver al Papa como un mensaje de la paz universal, descendiente espiritual de Jesús de Nazaret y de su ética judía, o como el sucesor de los inquisidores medievales.
Podemos decir que el papa anterior, Juan Pablo II, era un polaco que vio en carne propia la desaparición de millones judíos en su país y que comprendía a dónde puede conducir el odio. Pero este Papa es alemán, del pueblo que planeó el genocidio. Un papa polaco tenía la ventaja de su origen, y uno alemán tiene la desventaja de su origen. Somos producto de nuestra historia.
Juan Pablo II pidió perdón por las atrocidades de la Iglesia católica contra los judíos; Benedicto XVI, cuando ingresó en el Museo del Holocausto (Yad Vashem), no leyó lo que san Agustín y otros padres de la Iglesia dijeron contra los judíos. Por ese motivo, el actual Papa se “saltó” la entrada al museo y comenzó la visita por otro sector.
Siempre es positivo que un Papa visite Israel y vea que el pueblo judío ha sobrevivido tantos siglos; sin embargo, nos queda un sabor semiamargo: ¿podía este Papa decir algo más a las últimas víctimas vivas del Holocausto nazi? ¿Podía reconocer dos mil años de antijudaísmo cristiano leyendo las frases antijudías de san Agustín o de san Juan Crisóstomo?
Todavía recordamos cómo, durante siglos, en todas las iglesias de Europa se pedía en misa por la conversión de los pérfidos judíos. No se puede borrar la historia, pero sí al menos intentar rectificarla. Debemos seguir profundizando en el diálogo. No creo que una visita papal pueda arreglar dos mil años de desencuentros; sin embargo, podemos hacer todos juntos un esfuerzo, y unirnos a rezar juntos por la paz mundial. Ya no podemos cambiar la historia, pero podemos construir el futuro.
¿Tenemos líderes dispuestos a asumir los errores del pasado y del presente para construir un mundo en paz?
Un paso adelante en la ‘Nostra Aetate’
(Pedro Langa Aguilar, O.S.A.- Teólogo y ecumenista) Entre las claves de la reciente visita de Benedicto XVI a Tierra Santa figura el diálogo interreligioso, ya en su dimensión bilateral o judeocristiana, ya en la trilateral de judíos, cristianos y musulmanes. Y es que lo que separa y une a estas tres religiones va más allá de cuanto por costumbre concedemos. De ahí la conveniencia de afrontar el problema en su cruda realidad: que el pájaro negro del odio aletea violento por causas más religiosas que multiétnicas y políticas. Pretendía, pues, el Papa superar la evidente discordia interreligiosa mediante pacíficas siembras de fraternidad en lo que de un tiempo a esta parte se conoce como Ecumene abrahámica, es decir, vinculada con Abrahán. No lo tenía fácil, ya que si entre los musulmanes perduraba el escollo de Ratisbona, a los judíos les seguía escociendo el ‘caso Williamson‘ con sus despropósitos anti-Holocausto. Pero él aclaró desde la audiencia general del 6 de mayo en Roma que visitaba Oriente Medio como peregrino de paz, dispuesto a reunirse con las comunidades musulmanas y judías, algo que, según el cardenal Sandri, latía desde el principio de su pontificado.
Ya en el vuelo de ida, destacó las comunes raíces judeocristianas, los vínculos con el Islam y el deseo de un diálogo trilateral, “importantísimo para la paz y para vivir bien la propia religión”. Gestos que lo corroborasen no faltaron: entrar por segunda vez en una mezquita, encontrar a los líderes religiosos islámicos en Jerusalén y Belén; visitar la Cúpula de la Roca en la explanada de las mezquitas, que no logró Juan Pablo II el 26 de marzo de 2000. Jordania, país con el 98% musulmán, pero tolerante, pudo recibir sus respetos y su primer llamamiento a la libertad religiosa, “derecho humano fundamental”. Era un modo de recordar con el Fórum islamo-católico de Roma su respuesta a la carta “de los 138”: no sólo Ratisbona quedaba atrás, sino que la Iglesia católica se mostraba disponible a un desarrollo total de la Nostra Aetate.
Indudablemente que los grandes momentos de esta clave llegaron en la Cúpula de la Roca y en el Gran Rabinado de Jerusalén. “Aquí -reconoció el Papa en la Roca- se cruzan los caminos de las tres grandes religiones monoteístas del mundo, recordándonos lo que tienen en común (…) Para un mundo tristemente desgarrado por las divisiones, este lugar sirve como estímulo y también desafía a hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar con el fin de superar los malentendidos y los conflictos del pasado y emprender el camino de un diálogo sincero. Desde las enseñanzas de las tradiciones religiosas que afectan, en última instancia, a la realidad de Dios, el sentido de la vida y el destino de la humanidad, puede existir la tentación de participar en este diálogo con reticencia o escepticismo sobre sus posibilidades de éxito. Sin embargo, es primordial que los que adoran al Dios Uno muestren que están hechos para la unidad de toda la familia humana”.
Nuestro encuentro de hoy -afirmó en el Gran Rabinado- es una ocasión muy apropiada para agradecer al Omnipotente las muchas bendiciones que han acompañado el diálogo conducido por la Comisión bilateral, y para mirar con esperanza a sus futuras sesiones. La buena voluntad de los delegados para discutir abierta y pacientemente no sólo los puntos de acuerdo, sino también los de discordancia, ha allanado el camino para lograr una colaboración más efectiva en la vida pública. Judíos y cristianos están preocupados por asegurar el respeto por la sacralidad de la vida humana, la centralidad de la familia, una profunda educación de los jóvenes, la libertad de religión y de conciencia para una sociedad sana”. Repitió luego que la Iglesia católica está irrevocablemente comprometida en el camino escogido por el Vaticano II para una auténtica y duradera reconciliación entre cristianos y judíos y que, ante los resultados alcanzados hasta ahora e inspirándonos en las Sagradas Escrituras, podemos esperar confiados en una cooperación cada vez más intensa en nuestras comunidades. “La relación entre cristianismo y judaísmo -había dicho unas horas antes el presidente Simon Peres al cotidiano Le Parisien– jamás ha estado mejor después de 2.000 años”. No ha ido el Papa a Tierra Santa, siendo así, en plan rey, sino como un profeta y un sabio, lo que le ha permitido afrontar el problema con palabras de verdad y amor. Los 29 discursos en sólo una semana por seis ciudades de Israel, Palestina y Jordania hacen que dicho viaje luzca ya como el más significativo de su pontificado. Su peregrinar por “esta tierra fértil para el ecumenismo y el diálogo interreligioso” representa, concluyendo, un significativo paso adelante en la Nostra Aetate.
En el nº 2.661 de Vida Nueva.