Voto inmaculista

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

En muchos pueblos y ciudades se celebran actos de memoria y devoción en recuerdo del voto inmaculista, que emitieran hace más de cuatro siglos defendiendo la concepción inmaculada de la Virgen María. Faltaban muchos años para que el 8 de diciembre de 1854, Pío IX definiera como dogma de fe el gran privilegio de la Virgen María, que fue preservada de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción.

Esta declaración pontificia tenía lugar a mediados del siglo XIX. Pero ya en el XVI, entre discusiones académicas y controversias, en el pueblo cristiano fue creciendo la creencia de que María fue preservada inmune de todo pecado. Se hacían fiestas, procesiones, cultos especiales… Artistas y literatos realizaban obras exaltando, en la iconografía y la literatura, el misterio de la Inmaculada Concepción, que, más allá de lo religioso, se había convertido en un acontecimiento cultural y social.

“Antes de haberte formado en el seno materno, te conocía. Y antes de que nacieras, ya te había consagrado”. Estas palabras de la profecía (Jer 1,5) se aplican al misterio de la Inmaculada Concepción. Todo nace de Dios. Él es anterior a todo, el origen y la luz, la fuente y manantial de toda la sabiduría y la luz que descubre todos los misterios. Dios la hizo de esa manera, pues convenía a la santidad del Hijo y a la de la Madre.

Sublime y muy gozoso misterio del amor de Dios es el que se nos presenta en María. Un amor que brilla con el sacrificio redentor de Jesucristo. Él llevó el sufrimiento para que su madre recibiera la gracia y el gozo. Los misterios de la fe no son oscuridad, ni freno a la razón, sino espacios inmensos llenos de luz en los que, por más que se adentre en ellos, siempre queda un buen camino por recorrer.

Los misterios no son algo estático y para contemplar, sino que están llenos de vida y exigencia de fidelidad a lo que Dios quiere enseñarnos en ellos. En el caso de la concepción inmaculada de María, se manifiesta la voluntad salvadora de Dios con respecto a sus hijos. Es el triunfo de la bondad, de la misericordia. Donde hubo pecado, el Señor puso la gracia y la salvación.

Dios tiene también sus razones para conceder este privilegio a María: que purísima tenía que ser la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad (prefacio de la Inmaculada). Y el pueblo cristiano la proclamará como Pura, Limpia, Santa, Inmaculada. Una vez más, la fe se mete en la hondura del corazón del pueblo y las gentes la proclamarán en sus manifestaciones religiosas.

En el nº 2.967 de Vida Nueva

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