El rector emérito de Cadaqués fue el ‘cura’ del artista catalán
(M. Á. Malavia) Usted ha estado siempre vinculado a Cadaqués… Llegué allí con 39 años y estuve casi tres décadas. Hace muchísimo que no soy su párroco [ahora lo es emérito, a sus 92 años], pero suelo volver una o dos veces al año. Cadaqués me marcó. Por su belleza geográfica, pero sobre todo por sus personas. Conocía a todo el mundo, incluso a los que no tenían nada que ver con la parroquia. Un buen pastor tiene que salir al encuentro de las ovejas perdidas.
En Cadaqués estaba la élite catalana, como los Marquina o los Dalí. Marquina murió poco antes de llegar yo, pero traté mucho a toda su familia. Un día le dije a su mujer e hijos que, a pesar de no haber podido conocerlo, ya quería al señor Marquina a través de ellos. Eso les emocionó mucho. Y de Dalí era muy amigo, le traté muchísimos años y él siempre me decía que su casa era como la mía. Venía muchos domingos a la celebración de la Eucaristía, aunque, con su sorna habitual, me decía: “Si voy a misa me tomarán por anticlerical, y si no por anticlerical”. Era muy bromista, pero muy juicioso y trabajador. Se levantaba todos los días a las seis de la mañana para meterse en su taller… Muchas veces se tiene una imagen distorsionada de él, alejada de la realidad. El mismo Dalí me contó el caso de una mujer extranjera que acudió a conocerle. Después de varias horas, al verle como alguien normal, le confesó que lo creía mucho más loco. Fue así como ella se dio cuenta de que a los artistas, a veces, les gusta dar de sí mismos una impresión exótica, o incluso estrafalaria, pero en realidad son gente normal. Dalí lo era, sin ninguna duda.
También conocía a su hermana. Dalí perdió relaciones con su familia al juntarse con Gala, pues ella estaba casada en Francia. Sus padres eran gente, digamos, de orden, que valoraban mucho la idea de la reputación social. Por eso no podían aceptar lo que creían un escándalo. Su hermana apoyó a sus padres, pero la realidad es que nunca se alejaron completamente. Yo, que los quería mucho a todos, siempre mediaba entre ellos y preguntaban el uno por el otro a través de mí.
En el nº 2.640 de Vida Nueva.