(José Lull Carrió– Alicante) El 19 de marzo, San José, asistí a Misa en una iglesia de una localidad de la Costa Brava de más de cinco mil habitantes. Un edificio grande y oscuro nos cobijó a las 25 personas que asistimos a la celebración. Una celebración muy bien cuidada, tanto por el celebrante como por su ayudante. Los dos, sensiblemente mayores que yo (69 años). La celebración, toda en catalán. Solamente contestaba una persona que estaba detrás de mí. Todos los demás éramos asistentes mudos. Y, quizá, todos menos uno, catequizados en castellano. Por eso nuestra muda asistencia.
Mi conclusión es que la celebración eucarística, en esta iglesia catalana, ante los hechos narrados y vividos por mí, estuvo en primer lugar dedicada al servicio de la inculturación en catalán, y, en segundo lugar, al servicio de la instrucción y/o celebración litúrgica en la lengua de la mayoría de los asistentes, que no era el catalán, sino el castellano. Y por ello, quizá también, la escasa asistencia a la celebración.
Queda patente que cierto tipo de cuestiones -idioma de la celebración- se deberían de consensuar de una manera democrática y no por imposición unilateral del clero.
En el nº 2.656 de Vida Nueva.