(Vida Nueva) Los encuentros en las diócesis y los mensajes episcopales para la Jornada de la Sagrada Familia el pasado 27 de diciembre coincidieron en señalar que la institución familiar es garantía de futuro para la humanidad. ¿Por qué entonces se habla de crisis? Con el telón de fondo de la Jornada, E. Hertfelder, presidente del IPF, y el sociólogo Juan González-Anleo analizan el momento presente de la que algunos han calificado como “último sacramento práctico”.
Un bien social de primer orden enfermo de abandono
(Eduardo Hertfelder de Adecoa– Presidente del Instituto de Política Familiar, IPF) Al abordar la situación de la familia en la sociedad española, nos encontramos con una realidad paradójica y contradictoria. Por un lado, la familia sigue siendo la institución más valorada por nuestros ciudadanos, pero, por otro, podemos apreciar síntomas muy preocupantes en relación con la situación actual de la familia en España.
En efecto, los indicadores de población, de natalidad, de matrimonios, de ruptura familiar y de hogares han empeorado sustancialmente en los últimos años. Los datos son elocuentes y concluyentes: España está inmersa en un invierno demográfico sin precedentes y, en la actualidad, es ya una nación vieja: las personas mayores ya superan a los jóvenes, con unos índices de natalidad críticos (cada vez nacen menos niños y, sin embargo, se producen 115.000 abortos anuales), y con un desplome del número de matrimonios, a la par de una escalada espectacular de la ruptura familiar (125.000 divorcios anuales).
Los expresados indicadores, ¿son acaso la consecuencia de que la familia está en crisis y que, por ser una estructura obsoleta y fracasada, estamos asistiendo a su ocaso inevitable?
Para poder responder y explicar estos datos escalofriantes, lo primero que tenemos que señalar es que no son el fruto de un día, sino que han sido el resultado de un proceso paulatino de desestructuración familiar evidente, que comprende desde factores endógenos –tales como el predominio de una cultura individualista y hedonista o la pérdida de la dimensión pública del matrimonio, relegándose al ámbito privado– hasta factores exógenos –como el abandono, la minusvaloración, cuando no directamente el ataque, a la institución familiar y a las funciones sociales que está llamada a cumplir–.
En efecto, ya en el siglo XX, algunos pensadores identificaron a la familia como una “estructura alienante”, que coartaba la libertad del ser humano, una escuela de desigualdades sociales y origen de la opresión de sus componentes, en especial de la mujer, por lo cual había que combatirla. Como consecuencia de esta cultura antifamiliar, muchos políticos e intelectuales tomaron como bandera la descalificación a la familia y propusieron una serie de medidas para lograr que los jóvenes y las mujeres se “emanciparan” de esa “estructura opresora”.
Por otra parte, y en algunos casos, como consecuencia de lo anterior, el abandono de la institución familiar por parte de los poderes públicos ha sido la nota dominante en los últimos años. De hecho, podemos constatar que, por una u otra razón, ningún gobierno ha abordado hasta la fecha, de una manera seria y convincente, el desarrollo del artículo 39 de la Constitución Española, que establece que “los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia”.
Así, mientras los distintos indicadores se han ido agravando considerablemente en los últimos años, sin embargo, las políticas familiares desarrolladas en España por las administraciones públicas siguen siendo claramente insuficientes. De hecho, España está a la cola de Europa en cuanto ayudas a la familia, tanto por su escasa y ridícula cuantía en las ayudas directas, como por el número de familias que pueden acceder a esta prestación.
Podemos concluir, en definitiva, que la familia no está en crisis ni va a desaparecer como algunos deseasen, sino que está enferma por años de abandono de las administraciones que han ignorado la problemática de la familia, por la cultura antifamiliar que se ha transmitido e impregnado en la sociedad y por leyes regresivas que han desarrollado los gobiernos y que atentan contra la esencia misma de la familia y la vida.
Una familia enferma en España que se encuentra en una encrucijada histórica en la actualidad: o se le ayuda con una apuesta decidida, verdadera e integral por la familia, la maternidad y la infancia, o se siguen manteniendo las políticas actuales que han provocado el panorama desolador actual y con unas perspectivas catastróficas en un futuro próximo.
Es por todo ello que, hoy más que nunca, es necesario y urgente ofrecer a la sociedad española la posibilidad de profundizar en el matrimonio y la familia, su importancia y las funciones sociales que desarrolla. Es necesario visibilizar que el matrimonio y la familia son un bien social de primer orden y que, de hecho, el bien de la sociedad está profundamente vinculado al bien de la familia, ya que son interdependientes, por lo que todo lo que afecte a la familia, tarde o temprano, repercute en la sociedad, y viceversa.
Una institución con serias disfuncionalidades y un gran desafío
(Juan González-Anleo– Catedrático de Sociología de la Universidad Pontificia de Salamanca) Mi tesis es muy sencilla: la institución familiar, en sentido amplio, está en crisis, la familia patriarcal ha desaparecido casi de nuestro horizonte, pero la familia nuclear –pareja heterosexual, estable, abierta a los hijos y con un compromiso serio, religioso o civil– no sólo resiste a los embates del sedicente progresismo, la secularización y el hedonismo consumista, sino que ha sido definida como el “último sacramento práctico”, el espacio privilegiado de calidez, aceptación del otro por sí mismo y seguridad emocional que puede salvar al hombre de la despersonalización y deshumanización de la “sociedad líquida”.
La crisis de la institución familiar tiene dos dimensiones: la primera, el declive del modelo de familia mayoritaria y la consiguiente proliferación de otras alternativas de convivencia sexual y sentimental. Las enumera así Alberto Moncada (1992): las relaciones prematrimoniales libres, las familias monoparentales, las parejas de hecho, las parejas homosexuales, los matrimonios de commuters, la pareja abierta, incluso la prostitución… La segunda, las disfuncionalidades de la familia en general, incluidas las formas alternativas.
Del declive de la familia tradicional y la presencia de sus alternativas no caben dudas. Los números no engañan: de los 14,1 millones de hogares a comienzos de siglo, cerca de 600.000 son parejas de hecho, de una duración media de 28 meses, reacias a los hijos; las familias monoparentales representan medio millón de hogares, la mayor parte encabezadas por divorciadas y por solteras; de las parejas homosexuales, escasean las estadísticas y han sido censadas sólo 10.474; los hogares unipersonales, en sostenido auge debido al aumento de jóvenes solteros voluntarios, se acercan a los tres millones. Del resto de las alternativas –las relaciones prematrimoniales libres, la nueva pareja, unida y suelta, los matrimonios de commuters, y las comunas–, carecemos de datos. Es decir, entre el 25 y el 30% del total de hogares españoles son alternativas de los hogares tradicionales.
El examen de las disfuncionalidades de la familia actual reza así: sus funciones clásicas son hoy la procreación, la satisfacción sexual, la socialización de los hijos y la seguridad de una comunidad cálida y protectora. La familia actual, incluidas sus formas alternativas, presenta serias disfuncionalidades. Éste es, quizás, el aspecto más grave de la crisis familiar. Faltan estudios fiables sobre en qué tipos de hogares se ceban estas disfuncionalidades.
La deficiente procreación, raíz del déficit demográfico y de la necesidad de emigrantes, es atribuible a la familia en general, pero son los hogares unipersonales y las parejas de hecho los principales responsables.
El nivel de satisfacción sexual es de difícil estimación, aunque el número de prostitutas que trabajan en nuestra sociedad, el mayor de toda Europa (unas 300.000), hace sospechar que en este terreno algunos tipos de hogares no cumplen sus funciones como se podría esperar. La prostitución “sin tabúes, sin estigmas es vista como una opción de ocio por los jóvenes…, [debido] a la cultura de la inmediatez, la voluntad de obtener de forma rápida y sin esfuerzo, el sexo sin compromiso” (El País, 15/1/2008).
La socialización de los hijos, función clave de la familia, deja mucho que desear. Inexplicables, si no, la ‘generación botellón’, la violencia juvenil –en casa y en la escuela–, la preocupante apatía social y política de que hacen gala los jóvenes, los fracasos educativos y la más que deficiente trasmisión de creencias y valores, los religiosos en cabeza.
La oferta de una comunidad cálida y protectora parece razonablemente asegurada. Dos pruebas: abundan las segundas nupcias, y la sociedad, incluidos los jóvenes, valora la familia sobre el resto de instituciones. Pero, ¿son comunidades cálidas y protectoras los hogares unipersonales, las parejas de hecho, de duración demasiado breve, las comunas, la prostitución, la “nueva pareja, unida y suelta”? Lo dudo. Y, con todo respeto y piedad, lo dudo también de la mayoría de familias monoparentales, a menudo en situación económica, social y educativa muy precaria.
Quedan las familias nucleares, o extensas, abiertas a los hijos y a la vida, estables, con un sólido compromiso. Y con un colosal desafío ante sí: afianzar su valía, prestigio y aceptación por la sociedad y, sobre todo, por los jóvenes.
En el nº 2.689 de Vida Nueva.
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