(Vida Nueva) En este año de gracia para los presbíteros, como es el Año Sacerdotal ¿en qué aspectos creen los laicos que deberían profundizar los sacerdotes? Opinan la delegada de Apostolado Seglar de Valladolid, Ana Cotán y la presidenta del Foro de Laicos, Camino Cañón.
En la praxis
(Ana Cotán Romero– Delegada de Apostolado Seglar de la Archidiócesis de Valladolid)
“Los presbíteros, por la ordenación sagrada y por la misión que reciben de los obispos, son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey”. (Presbyterorum Ordinis, 1).
Hay que recordar que todo hombre y mujer, por el bautismo, participa del sacerdocio común de Cristo. Por este bautismo, todos somos partícipes del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey (cf. Lumen Gentium, 31). Este sacerdocio es anterior al sacerdocio ordenado. “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo” (LG, 10). Deberíamos tener en cuenta todo ello en este Año Sacerdotal, año de gracia no sólo para los presbíteros, sino para todo el Pueblo de Dios.
Vivimos unos momentos históricos sacudidos por diferentes crisis (económica, familiar, política, de responsabilidad…). También sufrimos crisis en la Iglesia. Nos duelen los problemas y las situaciones que estamos viviendo en nuestras parroquias: escasez de presbíteros y con edades cuya media roza la de jubilación, futuro sombrío en el terreno de las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, alejamiento de las prácticas pastorales, sobre todo entre los jóvenes… La Iglesia ha sabido siempre adaptarse a los tiempos, y no sería bueno recurrir a soluciones pasadas para resolver problemas nuevos. Urge abrir bien los ojos y discernir qué es lo que nos pide el Espíritu a los presbíteros y a los laicos en estos comienzos del siglo XXI.
La reflexión sobre qué tipo de presbítero y de laico requiere hoy la pastoral deberemos realizarla conjuntamente, ya que no es entendible el sacerdote sin el laico, ni viceversa; y sería un error reflexionar durante este Año Sacerdotal solamente sobre el papel del sacerdote y olvidarnos de la situación de los laicos.
El hecho de participar del sacerdocio común nos obliga a colaborar en la misión de la Iglesia. Juntos hemos de estar en continua alerta y en oración constante para leer los signos de los tiempos y ver lo que el Espíritu nos está pidiendo. Esto debería llevarnos a una praxis diferente de la que contemplamos a menudo.
No podemos olvidar que laicos y presbíteros somos personas, con nuestros fallos y aciertos, con virtudes y defectos. Los unos como los otros debemos evitar caer en errores comunes, como el confundir el autoritarismo con la autoridad propia del presbítero; o el servilismo, que no ayuda al laico a crecer y le hace vivir una fe inmadura. Cuando éstas y otras tergiversaciones se dan, concebimos mal nuestras responsabilidades en y para la Iglesia.
Sabemos que pueden darse (y, de hecho, conocemos) prácticas pastorales correctas o incorrectas.
Así, el sacerdote puede ejercer su ministerio:
- Haciendo un reduccionismo del sacerdocio.
- Configurando la parroquia como un feudo.
- Con autoritarismo, no desde la autoridad.
- No desde el servicio, sino desde los intereses personales.
O bien:
- Viviendo el verdadero sentido de servicio.
- Sintiéndose enviado.
- Viviendo desde el Evangelio.
- Haciendo comunión.
- “Poniendo amor en su parroquia” (como le exhortaba al santo cura de Ars su obispo)…
Por su parte, el laico puede vivir su función en la Iglesia:
- Generando falta de diálogo.
- Cerrando su grupo a los demás.
- Actuando no desde el servicio, sino desde la imposición, incluso sobre el presbítero.
- Practicando el servilismo.
O bien:
- Conduciéndose con responsabilidad y con corresponsabilidad con el sacerdote.
- Generando diálogo.
- Creando una comunidad de vida.
- Viviendo lo que celebra…
También debemos reconocer que, en ocasiones, los laicos adolecemos de una formación profunda, no sólo en las Sagradas Escrituras, sino en Historia de la Iglesia, en conocimiento del Magisterio, en pastoral, etc. El laico, por el bautismo recibido, tiene la obligación de formarse; y más cuando su vocación la tiene que vivir en el mundo y desde el mundo para transformarlo desde dentro. No es posible dar razón de nuestra fe con seriedad si carecemos de formación. Nuestra obligación, como la del presbítero, es la de enriquecer nuestros conocimientos y llevarlos del corazón a la vida.
Dado que estamos inmersos en este año de gracia, sería un buen fruto el que laicos y presbíteros viéramos la urgencia de vivir:
- Desde el amor y la caridad.
- Desde la comunión.
- Desde la aceptación y confianza mutua en la corresponsabilidad.
- Desde la no contraposición entre sacerdocio ordenado y sacerdocio común de los fieles.
Los laicos comprometidos del siglo XXI tenemos la esperanza de que nuestros hijos puedan crecer y vivir en una Iglesia capaz de reproducir las diferentes imágenes de ella con las que soñaron los Padres conciliares del Vaticano II.
Un nuevo estilo de colaboración
(Camino Cañón Loyes– Presidenta del Foro de Laicos) Este Año Sacerdotal, lo que los laicos pedimos a los sacerdotes es que por ambas partes vivamos la realidad del sacerdocio como un don, un regalo, como algo que recibimos y agradecemos.
Ese don y regalo se hace fecundo en el espacio concreto de la vida eclesial, donde realiza su misión y genera lazos de comunión. Es en el caminar diario, acompañando los sufrimientos y gozos, las búsquedas y conquistas de los laicos que integramos la comunidad que preside, donde va cuajando la mejor aportación del sacerdote a la identidad cristiana de los laicos. Cuando los sacerdotes muestran en su modo de vivir y obrar una cierta armonía entre la manifestación de lo sagrado, la denuncia profética y el no sometimiento a los poderes fácticos o las modas vigentes, nos confirman en la fe y nos ayudan a desarrollar nuestra propia condición de bautizados.
En este mundo en el que lo sagrado parece haber escondido sus huellas, el sacerdote es una expresión de la presencia de Cristo en la cotidianidad, pero cada vez más, sólo reconocible por unos cuantos. Los laicos esperamos que este signo tenga toda la fuerza. De manera que lo que esperamos del sacerdote es que abra lo cotidiano de la vida a su dimensión trascendente. Que su relación con Dios en la oración tenga traducción en su palabra, en su modo de ver las realidades de este mundo, que nos haga cercanos los gestos y los sentimientos de Jesús. Algo que él, por otra parte, también puede esperar de cada laico o laica.
Hoy, la dimensión profética la ejercemos de la mano con otros, muchas veces no creyentes. Por eso, esperaría del sacerdote que, además de unir sus manos a otras muchas en la lucha por la justicia, evidencie la raíz sagrada de donde brota la fuerza que recibe para hacerlo y para animar a otros a hacerlo.
Querríamos que el anuncio del Reino tuviera en el sacerdote su expresión en la cotidianidad, en el modo de vivir, de relacionarse, de elegir. El Reino que ya ha llegado tiene que ver con el triunfo de la misericordia, del perdón, que el sacerdote transforma en sacramento. Y el Reino por venir, el que pedimos cada día, tiene que ver con que nos unamos en torno al altar con el sacerdote que preside y celebremos el misterio del triunfo de la Vida sobre la muerte.
El cultivo permanente y armónico de estas dimensiones se transparenta en el trato cercano, y facilita a los laicos la superación de tentaciones como el vivir una espiritualidad desencarnada o prescindir de la referencia a la fe para defender la dignidad humana desde la perspectiva de humanismos que ignoran o niegan la dimensión trascendente.
Además de esperar que este Año Sacerdotal suponga un crecimiento en estas dimensiones, necesitamos dar pasos adelante en la tarea compartida de la formación y el acompañamiento en la realización del anuncio de la Buena Noticia. Hemos de buscar juntos lenguajes y métodos para que el poder transformador del Evangelio sea eficaz en nuestra sociedad. Empeñarnos juntos en desarrollar modos de vida en los que quien se aproxime pueda decir lo que se escuchaba acerca de los primeros cristianos: “Mirad cómo se aman”.
Difícil y apasionante desafío que nos afecta a todos. En el modo de situarnos ante él, sacerdotes y laicos hemos dado pasos. Si el Vaticano II hablaba de ayuda de los primeros a los segundos, veinte años después, la Christi Fideles Laici habla de “un nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes y laicos”. Y a lo largo de estos años hay realidades concretas en la Iglesia que apuntan en esa dirección y que generan la esperanza de un modelo de comunidad cristiana donde la colaboración efectiva y cordial de sacerdotes y laicos desvele el rostro de una Iglesia que hace suyas las esperanzas y búsquedas de los hombres y mujeres. Hay diócesis en las que la Delegación de Apostolado Seglar ha recaído en laicos, incluyendo a mujeres; la formación y el acompañamiento espiritual está siendo realizado coordinadamente por laicos y sacerdotes, etc. Pero hay mucho camino que recorrer. Hay que incorporar a los laicos en la elaboración del pensamiento eclesial y en los procesos de decisión de las Iglesias locales.
Por otra parte, los nuevos movimientos incluyen no sólo a laicos, sino también a sacerdotes. El estilo de relación entre ellos en esos movimientos influye en la relación que esos sacerdotes desarrollan con otros laicos en ámbitos parroquiales y diocesanos; por eso es importante que el “nuevo estilo de colaboración” esté presente también dentro de estas nuevas realidades eclesiales.
Termino con una invitación a sacerdotes y a laicos: allí donde hallemos indicios de ese nuevo estilo de colaboración en el que los laicos asumen su parte de corresponsabilidad como cristianos adultos, avancemos en él. Y donde todavía no lo encontremos, promovámoslo con expresiones concretas y signos de comunión.
En el nº 2.694 de Vida Nueva.
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