(Vida Nueva) ¿Qué añade el hecho de ser cristiano o católico a la labor encomiable que desarrollan miles de voluntarios en España? Joaquín García Roca y la Presidenta-Delegada de Manos Unidas en Huelva reflexionan sobre el tema en vísperas del Día del Voluntariado., que se celebra el 5 de diciembre.
Un adjetivo innecesario y contraproducente
(Joaquín García Roca– Universidad de Valencia) La construcción del voluntariado se despliega a través de un doble dinamismo: uno hace que se diversifique en múltiples expresiones y en diferentes escenarios; procuran por la vida, especialmente aquélla que está más amenazada (voluntariados de la marginación); cuidan de la fragilidad, especialmente de los sujetos más vulnerables (voluntariados de la salud); ayudan a los que sufren, especialmente a los que no se valen por sí mismos (voluntariados de la asistencia); defienden la tierra, especialmente la que está lesionada por los abusos de los humanos (voluntariado ecológico); promueven un mundo único, sometido a las desigualdades y atropellos (voluntariado de la cooperación); tutelan los derechos de las vidas desahuciadas (advocacy).
Esta profunda diversificación coexiste con otro proceso, que marca la madurez actual del voluntariado; a través de él, se densifica en unos rasgos sustantivos que le otorgan perfil propio y fisonomía específica. Es un dinamismo de concentración, por el cual el voluntariado adquiere una identidad pública y visible con rasgos de movimiento social. Hablar de voluntariado hoy es referirse a una realidad que tiene sus códigos propios de conducta, sus organizaciones, federaciones y plataformas colectivas.
Ambos movimientos son necesarios, al modo como la dilatación y la contracción marcan la vitalidad del corazón; e incluso convenientes, ya que hermanan la complejidad de la exclusión social con la potencialidad de la acción conjunta. La diversificación libra al voluntariado de una concepción ahistórica y le domicilia en la vida cotidiana. La convergencia, por su parte, le libra de una concepción errática y le otorga la condición de un nuevo actor social en constante innovación y creatividad. De este modo, alcanza su acreditación pública y se convierte en un nuevo actor social con un proyecto colectivo.
Este voluntariado se diferencia de un fenómeno tradicional por el cual ciertas instituciones públicas, confesiones religiosas y organizaciones sociales favorecen la presencia de colaboradores, disponen de socios y fomentan la figura de ayudantes. Mientras los colaboradores, los socios y los ayudantes se someten a las pautas y orientaciones de cada institución, el voluntariado propiamente dicho se construye a través de códigos éticos compartidos, de prácticas socialmente acreditadas y de responsabilidades colectivas ante la exclusión social. La novedad del voluntariado en curso consiste en poseer un propio suelo nutricio en el que se alimenta y alcanza visibilidad pública. Sus tres energías básicas son la libertad responsable ante el sufrimiento evitable; la gratuidad solidaria sin afán de lucro ni beneficio privado; y la organización en torno a una causa de interés general.
Un voluntariado que se cierra en sus propias organizaciones puede producir socios, feligreses y ayudantes, pero no ciudadanos activos voluntarios. La hora actual pide de nosotros salir de nuestros recintos para construir juntos una tierra más habitable, y ofrecer referencias compartidas. Esta tarea puede ser especialmente estimada por aquellas tradiciones que nacieron con pretensión de universalidad y de catolicidad. Incluso les cabe el honor de pensar que este hallazgo es el fruto maduro de una larga historia de experiencias y generosidades admirables, pero que ahora corresponde participar activamente en el nacimiento de un nuevo actor social.
En este contexto, hablar de un voluntariado cristiano es innecesario e incluso contraproducente. Innecesario, porque el adjetivo contrae lo más propio del voluntariado, que reúne en su interior una sabiduría compuesta por distintas tradiciones de distintos orígenes. ¿Qué aporta el adjetivo, si acaso lo fuera? Se es voluntario a secas. Pero, sobre todo, es contraproducente, ya que quien lo utiliza lo hace frecuentemente para señalar trincheras y añadir un innecesario plus de autenticidad.
La tarea consiste en saber cómo ser cristiano en el universo del voluntariado, respetando su autonomía y racionalidad propias, al modo como se es en la política, en la empresa, en la educación o en cualquier otro escenario social. El cristiano pertenece a una tradición que estima los gérmenes de bondad donde se encuentren y los interpreta como huellas del Resucitado; construye humildemente una Tierra sin males junto a las personas de buena voluntad y lo interpreta como Reino de Dios; y lleva esperanzadamente la responsabilidad ante el paisaje de clamores, que lo vive como seguimiento de Jesús.
Ni mejores ni peores: diferentes
(Cristina Fernández Alcázar– Presidenta-Delegada de Manos Unidas en Huelva) Desde hace seis años soy voluntaria en Manos Unidas, Organización No Gubernamental para el Desarrollo, católica y de voluntarios que, desde hace casi 50 años, desarrolla actividades de sensibilización en la sociedad española y apoya y financia proyectos en países en vías de desarrollo. Somos el organismo de la Iglesia católica en España para la ayuda, promoción y desarrollo de los países del Sur. Desde 1960, lucha contra el hambre, la deficiente nutrición, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo, la falta de instrucción y las causas que lo originan.
Elegí a Manos Unidas por su espíritu católico, aparte de por su transparencia. Pensé que estar en una ONGD con estas características y rodeada de mucha gente con estas inquietudes, podría suponer un incentivo a la hora de desarrollar, afirmar y plasmar mi fe y que, por supuesto, iba a trabajar mucho más a gusto y con muchas más ganas.
Después de todos estos años, sólo puedo decir que acerté por completo. Cuando hablo de este tema con otros compañeros, coincidimos en que vivimos el voluntariado de forma diferente, tenemos ese gran apoyo de Dios que día tras día vamos notando y que se respira en cada Delegación. Creo que, en sitios como éste, tenemos un lugar donde poder trabajar de acuerdo a nuestras creencias y a nuestra forma de vivir la vida. Es una experiencia preciosa cuando nos reunimos más de 300 personas en las Jornadas de Formación, que se realizan anualmente, y compartimos vivencias y sentimientos que, prácticamente, a todos nos unen; aunque también es cierto que hay personas dentro de Manos Unidas que no son católicas y se encuentran como en casa, la consideran tan suya como mía. Por algo será.
Me he encontrado gente por el camino que me ha dicho que cómo una chica joven como yo puede estar en una organización donde, seguramente, mis derechos y libertades se ven coartados, puesto que, al basarse en una serie de pilares, no puedo actuar conforme a como soy realmente; que mi trabajo es meramente burocrático… Estas afirmaciones no tienen absolutamente ningún sentido. Si en algún momento mi voluntariado se empezase a desarrollar en esas líneas, sería la primera que daría marcha atrás. Es cierto que, como cualquier institución del mundo, tiene una serie de normas, unos deberes, que tienes que acatar si quieres pertenecer a la misma, pero una cosa no quita la otra. También hay que decir que, detrás de cada papel, detrás de cada número, de cada palabra, de cada acción que realizamos, hay una, decenas, cientos o miles de personas que están esperando esa valiosísima ayuda de forma diaria; de la misma forma que también hay una, decenas, cientos o miles de personas que confían en ti para que su dinero llegue a los lugares más necesitados. Donde llegamos nosotros, poca gente llega.
Algunos pueden pensar que podemos tener ciertas dificultades para realizar nuestras actividades, que podemos tener barreras que nos impidan desarrollar nuestra tarea de cara a la sociedad. Todo lo contrario. Somos una de las ONGD más fiables y transparentes que existen en España, y si alguna vez hemos tenido alguna dificultad, hemos salido para adelante, y mucho más fortalecidos.
He tenido la gran suerte de ir con Manos Unidas a Benín (África), y cada minuto que pasé allí veía la grandeza de esta organización, el cariño y el entusiasmo que se le pone a todo, a cada detalle, a cada proyecto, a cada persona. Este viaje ha sido la mejor experiencia de mi vida; una no se imagina jamás lo que supone allí ese granito de arena que aportamos desde España. Es increíble. Recuerdo cada momento, cada imagen, cada rostro, y en todos ellos veía la imagen de Dios. Todos los misioneros que visitábamos nos animaban a continuar trabajando de la misma forma, a que no cambiásemos nuestra forma de vivir el voluntariado, y a nosotras se nos saltaban las lágrimas al ver el entusiasmo que ellos ponían en todo y la forma en la que hablaban de esta organización. ¿Qué más se puede pedir?
No creo que seamos ni mejores ni peores que otras asociaciones, pero yo, desde luego, encontré mi lugar cuando sólo contaba con 15 años. He crecido y madurado aquí dentro, rodeada de unos valores y unos pilares que creo fundamentales y con los que me siento totalmente identificada, tanto en mi vida personal como en mi voluntariado. Después de esta experiencia, no creo que fuese capaz de abandonar Manos Unidas e ir a otra asociación, no sería yo misma. Manos unidas ha conseguido enamorarme desde el primer día con su trabajo, con su gente, con sus ganas y su forma de ayudar viviendo el Evangelio. Creo que ya sí que no se puede pedir nada más.
En el nº 2.638 de Vida Nueva.