(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
Con esto cumplirás con tu cristiana condición, aconsejando bien a quien mal te quiere”. Así va terminando El Quijote su argumento y así voy yo arrancando hoy esta cita semanal. Recientemente aconsejé a alguien, un viejo sembrador de espinas en mi sendero. Me confesaba al hilo de una anécdota, cuánto le costaba perdonar y cómo la memoria cotidiana de una herida, reverdecía en su alma el rencor. Mal me quiso hace tiempo mi interlocutor, pero eché mano al consejo y le dije que era imposible vivir así; que el odio ata más que el amor. Me dijo que su enemigo, el que puso el acero en su alma, se levanta con él cada mañana, habiéndose convertido en el primer motivo de sus problemas, en la principal causa de sus errores y fracasos. Está preso de su nombre y de su recuerdo. Necesita perdonarlo para serenarse. Yo andaba ese día releyendo a Cesare Pavese en el centenario de su nacimiento. Anoté esta frase de su Oficio de vivir: “Llega un día en que hacia aquel que nos ha perseguido sólo sentimos indiferencia, fatiga de su estupidez. Entonces perdonamos”. Le aconsejé que se entretuviera un tiempo en el saludable oficio de perdonar para poder vivir en paz y sosiego y atravesar, sereno, el temporal. Yo mismo lo había hecho cuando él estaba en otra trinchera. El que no perdona a otros destruye el puente por el que él mismo algún día ha de pasar, porque todos necesitamos ser perdonados. Respiró de otra forma. La tensión se diluyó como el azucarillo en el café que tomábamos. No sé si ha empezado la tarea. Yo le advertí alas serenas en el semblante. Me sentí feliz. A nadie escapa la grandeza y dificultad del perdón. Concederlo nos hace grandes y pedirlo nos hace humanos.
Publicado en el nº 2.630 de Vida Nueva (Del 4 al 10 de octubre de 2008).