Pastoral Gitana adapta su lenguaje y cuenta cada vez más con delegados y sacerdotes
(Miguel Ángel Malavia) En un momento en el que los gitanos son mirados con la lupa del recelo en otras latitudes, la Iglesia, como siempre, mantiene inquebrantable su compromiso con los que son tachados frecuentemente de “marginales”. Así, la Pastoral Gitana es una de las más activas. De hecho, en esta primera semana de septiembre tendrá lugar en Freising (Alemania) el VI Congreso Mundial de Pastoral Gitana, convocado por el Consejo Pontificio para los Migrantes.
Y aquí, en España, entre el 19 y el 21 del presente mes, se celebrará la 22ª edición de las Jornadas Nacionales, que cada año reúne en Pozuelo de Alarcón (Madrid) a unas 100 personas relacionadas con la pastoral gitana, desde los delegados diocesanos (35 diócesis cuentan con un representante propio) hasta gitanos iniciados en la fe.
Este año ocuparán un espacio muy latente los testimonios de fe de distintos gitanos, destacando uno muy especial: el de una de las biznietas de Ceferino Giménez Malla, el Pelé, el primer beato gitano, todo un referente para los gitanos católicos. Fue un hombre de fe que murió mártir en la Guerra Civil por defender a un sacerdote que iba a ser encarcelado. Se empeñó en acompañarlo en su encierro, y se negó rotundamente a entregar su rosario a cambio de la libertad, lo que le conllevó el martirio.
Guadalupe Romero, religiosa jesuitina y delegada nacional de Pastoral Gitana, recuerda un dicho muy extendido entre los gitanos: “Con Ceferino ya no se puede decir que todos los gitanos son malos, pues ya hay uno reconocido oficialmente como bueno”. Guadalupe, aunque es paya, siempre se ha mantenido muy cerca de este colectivo: “En 30 años, la situación ha cambiado mucho, pero aún son excluidos. Y eso que en España su situación es muy buena, comparada con barbaridades imperdonables como las que se están haciendo en Italia. Los gitanos ven que la gente no quiere vivir con ellos. En general, impera la ignorancia de su cultura, predominando prejuicios, como que todos son delincuentes. Los que así piensan deberían acercarse a nuestras jornadas y comprobar que son gente sencilla, normal y muy religiosa”.
Para ella, la clave de la integración reside en “aceptar que son diferentes, que tienen otra cultura. Sin que eso implique que está mal. No somos iguales, es una realidad, ¿pero por qué la diferencia, la particularidad, ha de ser un obstáculo para convivir?”.
Guadalupe hace autocrítica y deja claro que “desde la Iglesia, muchas veces, no hemos sabido evangelizarlos. De ahí que muchos de ellos hayan buscado otras alternativas y sean evangélicos en un porcentaje a tener muy en cuenta”. Para ella, la solución está en que “han de ser los gitanos los que lleven a cabo la evangelización dentro de su propia cultura”. Así, no esconde cómo muchas veces recelan de los que se dirigen a ellos desde fuera. “Por muy buena relación que tengamos, en el fondo siempre tienen en cuenta que eres payo, y eso les impide confiar plenamente en ti”.
Pero ahora todo está cambiando. Cada vez más, los delegados y sacerdotes son gitanos. Uno de ellos, Antonio Romero, que ejerce su ministerio en Granada, cree que es muy importante que los gitanos se involucren en su propia evangelización, ya que “el lenguaje es distinto, de tú a tú. No tendría por qué ser así, pero un gitano asimila mucho mejor lo que le dice otro gitano”.